SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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Leído en mi presentación en Buenos Aires, Argentina (2008).

Poetas

Poetas, si el corazón esgrime y el alma canta,
empuñad la pluma y derramad la tinta
e id por la gloria de la poesía.

Si sentís el corazón en alto
y que el verso en su granero se derrama,
describid del cielo su portento
y de la mujer bonita su atractivo y hermosura.

Poetas, asid las velas y desteñid el alba.
Levantad la vista a la poesía.
¡Asid las velas!

¿Y qué es la poesía?
Digo y clamo: ¿qué es la poesía?,
sino los inmensos ojos claros que Bécquer describiera,
o las alas siemprevivas en la fragata enamorada y pajarera de Neruda,
el desplumar místico del cisne que Darío entretejiera,
o los heraldos que en las manos de Vallejo fallecieran.

Venid en pos de la poesía Poetas, y cantad con Mario hermano,
El Benedetti señor de los quetzales.
Levantad de Celaya el arma empobrecida
y embadurnadla con las Nanas de Cebolla.
Id con León, caminante, Don Felipe,
a destrabar los molinos galopando
y denunciad a los guijarros del camino.
Cubrid los pies descalzos de Gabriela
y untadlos en las noches para cubrir sus yagas malheridas.

¡Asid las velas, Poetas! ¡Asid las velas!

Desenterrad el viejo libro, el viejo anuario
y recitadle a la montaña su ladera, su copa blanquecina,
la huella enterrada y el paso de aquel que la escalara.
Llegad hasta la cumbre protegida
y poned las piedras que los Incas olvidaron.
Regresad por la pendiente y besad la cordillera
como si el alma conociera su nostalgia, su penar y su tristeza.

¡Escrudiñad la tierra Poetas, volved a ella y agitadla!

Salid al monte, al río, la selva, la montaña.
Extraed los colores de la pampa y amarradlos a la vida.
Secad con pétalos los mares y un día en que la tarde os aflija
llenadlos con las lágrimas de la pluma entristecida
y guardadla como prueba melancólica en la estepa.
Dejad la puerta abierta, el libro abierto, la nota abierta,
para volver sobre la letra si faltara o se perdiera.

Id por las cavernas a descubrir la tierra.
Moved las nubes para que las aves aleteando
reconozcan la ruta y el peregrinar de otoño.
Desenterrad las piedras y ponedlas en las manos,
en los dedos, en los pechos,
y con vuestros suspiros convertidlas en turquesas opalinas.

Cosechad el hierro y la amapola,
el trueno y la semilla,
la ráfaga impetuosa y la soledad del tiempo;
la alegría también y las pupilas,
y devolvedlas con la palma abierta
en la palabra inmaterial del alma,
del verso enamorado.

¡Poetas, asid las velas y empuñad los versos!

Ahí viene el hombre sediento del vivir y del mañana.
Ahí viene el pajarero, el escudero,
el soñador del pueblo y su maestranza,
el hombre pueblo y el hombre niño.
Ahí vienen las ráfagas cargadas de clamores.

Poetas:
¡Ahí viene el corazón en vuelo!
¡Ahí viene el corazón en vuelo!

Dejad que el alma le corteje.

Dejad al viento ilusionarse.

Dejad al poeta que le verse.

Dejad que el alma se enamore.

Salvador Pliego

(Poema del libro: Flores y espinas)

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imagen del libro del lado derecho.
Si les gusta lo pueden circular entre sus
amistades libremente.

– – – – – – – –

Cuadro16

Semilleros, frondosos semilleros:
verdes luces,
coronas de laurel entre los campos.
Verdes nardos:
jardineros de claveles, trotamundos y geranios;
caminantes sempiternos en marcha
por la tierra y por los granos.
Verde cepa, verde ronda:
trajinares del bregar sobre las lomas.

¡A la marcha pobladores! ¡A la marcha agitadores!
¡A enterrar tristezas en la arena sin temores!
¡A la marcha los insignes campeadores!
¡A batir la tierra en surco, en girasoles!

Verdes vientos, verdes coplas,
que el andar temple el acero en las memorias,
que la historia les descubra con sus rondas.

¡A la marcha pobladores! ¡A la marcha agitadores!
¡A la marcha donde se abran los caminos de las flores!
¡A rendir la tierra en jardineras y verdores!

Verdes cascos, verdes trotes,
verdes valles de clamores,
voces firmes que resuenan de cantores.

¡A la marcha pobladores! ¡A la marcha agitadores!
¡A la marcha campeadores!
¡A rendir la tierra en jardineras de colores!

Salvador Pliego

– – –

 

¿Duermes?, Princesa abandonada y fría.
Cihuapilli amada, corazón de la montaña
en la soledad glacial del vendaval y el aguacero.

Te enterraron en la cúspide de fuego y la ceniza
y te bañaron con el temporal de la harina y la blancura.

¿Duermes?, Princesa inmóvil y afligida.

Un día escuché tu voz enamorada
taladrar el corazón puro de la tierra
y me prendí a tu canto, a tu blancura,
a tu beso de cenzontle y de perdiz,
a tu inquietante y categórica hermosura.

Me vestí de blanco enamorado y me besaste.
Entonces descubrí el paisaje en que dormías:
la cordillera en alta punta,
el águila morena enardecida,
la vasta saciedad del valle,
tus faldas de nopales y magueyes,
el beso en la túnica en que me mecías.

De ahí nació el alma india,
Cihuapilli bienamada,
el alma en que cediste el don a las calandrias:
la plural y virginal cosecha del bronce y del onix;
el tejido donde guardan el color moreno de los hombres maltratados.
Y guardaste el corazón como último valuarte,
como último especimen,
para dármelo en la noche a hurtadillas.

Ahí quedo plasmada tu figura voluptuosa.
Ahí amarré mi soledad vetusta
en la cicatriz de tu partida.

Cihuapilli bienamada, Princesa estacionaria y quieta.
Postraré mi lanza en tu frazada blanca
y dormiré tu ensueño en el manglar del extravío.

Un día levantaré tu manto,
me acostaré sobre la piedra y tu retazo
y apretaré mi cuerpo a tu cuerpo
en el vértice de olvido,
y soñaré tu amor de nieve y frío,
y soñaré mi amor y mi suspiro.

Salvador Pliego

 

 

¡Ah  seductora y cautivante!

Aún con tus callados ojos negros

emerges de la noche entre mis manos.

Eres como el fuego voraz de la planicie,

como el hierro incandescente

vertiéndose en vasijas.

 

El intrépido anhelo y deseo me vuelca

hacia tu amor y nido,

mientras tú, callada, miras las sombras de la noche.

 

Se interrumpen los fragores sigilosamente

y al caer la oscuridad

resuenan los poemas en el vértice de tus oídos

y naces nuevamente silente entre mis brazos.

 

¡Ah de tu silencio que es el ansia de mi cuerpo!

¡Ah de tu boca que guarda las palabras!

La mirra hecha perfume,

el aceite suave de la lejanía,

el osado crepúsculo observante.

 

Y tú, muda, expectante,

sin mover siquiera el rosario de tus manos,

me llenas con tus ojos

en la penumbra del desvelo y de la guardia.

 

¡Ah de tu silencio entre mis labios!

Tu boca silente y plena de la noche en que desvivo.

 

Salvador Pliego

 

Perenne, eterna, inquieta,

como libélula diamantina,

como estero entre los brazos y en la mano.

Eres el centelleo de la noche,

la frágil luna inamovible,

el destello acumulado,

la rotunda mirada de los astros.

En ti recorren los vientos su gemido.

En ti se apagan los dolidos ruidos,

se vuelcan uno a uno hasta quedar silentes.

 

¡Ah!, la noche misma en tu mirada,

en tu pupila abierta hacia la vida.

Y la obscura cúpula del orbe

mirándote a la cara,

como yo te miro, allá en la lejanía.

 

Salvador Pliego

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