SALVADOR PLIEGO – POESÍA

Archive for the ‘Flores’ Category


Decidme, poeta, desde un cántaro de agua vuestros versos.
Decidme que llegasteis a la flor abierta,
a las manos entregadas a otras manos,
al corazón poético de un gesto brotando desde un pecho.

Decidme que guardáis la letra en las lágrimas de un canto
y sólo su melodía a ti te abraza…
y nadie más la escucha.

Contadme cómo los cuerpos se pronuncian
y si es la madrugada lo que ya nunca termina.
Contadme cómo los ojos, en el aire, se tocan y acarician,
y son uno y otro prisioneros de las bocas.

Llamadme un día, tan del mar y la palabra,
que no quepan las mareas,
que no escapen los suspiros,
que no vuelen cual acacias las espigas en siluetas;
que los labios son eso: se tocan, se embelezan, se disfrutan;
son eso… y se sorben en espumas.
Y nosotros, impacientes, alterados, consumimos esos labios:
nos rendimos al delirio.

¿Quién toca a quién, entonces?
¿Quién lleva al mar su ola
y entrega al sol los besos?
¿Y quién, ya exhausto, explora y acomoda
la luz de la marea?

Nada nos toca, ni sentimos,
solamente el agua, su transparencia,
su boca frágil que nos roza,
su suave vestidura.
Y uno y otro, los dos juntos,
sabemos que nos palpan desde una flor abierta,
alegre, radiante, dichosa,
en un desliz de vuelo,
en un fragor de adagio,
en un clamor de dos…
de dos…
de dos a pleno encanto.

Salvador Pliego

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Tengo un día de flores:
matutinas algunas; otras, prudenciales.
Un sueño de mimbre les teje sus lirios
y un pájaro abrillantado les pinta tesoros.
Para ver mi jardín dos vidas me lleva.

En ese jardín me sucede
y me atrapa un día lleno de flores.
Ventura la dicha que es toda alegría
y en una espora la tarde es obraje
-dice mi madre son nidos las tardes
y les canta una nana para arrullarles-.
Para admirar mi jardín dos leches de luna le miran.

Para ver sus colores, mis flores.
A mis orquídeas les pinto juglares
y una gasa de azar por si se desfloran.
Y tienen geranios que son ruiseñores.
No cantan, pero viajan trizando árboles planetarios
y armando espigados mosaicos
para el azúcar de un crisantemo
que dibuja su risa en un tallo nublado.
¡Qué bello jardín el de mis flores australes!

Tengo un día…
y una tarde y un mirar de cien radicales nardos,
un paisaje que le viste un sastre
y un collar fulgurante que cuelga en mis cervicales.
A la luz de mis ojos,
la claridad de mi día es un jardín con sus flores.

Tengo, también, un corazón de claveles:
alumbra y posa en mi día de flores.

Salvador Pliego

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¡Ahí viene el hortelano!
En la cuesta, los cañaverales;
en el llano, los frutales.
La uva el zumo extrae,
y en la jícara de hojuela verde
el jaspeado colibrí viene asomando.

¡Ahí viene el hortelano!
En su azada blanca y astil de cobre
una gitana baila su cabellera bruna,
y cava, con zapateado,
la sombra de luna y faro.

¡Ahí viene el hortelano!
Jazmines sobre las manos,
lilas va recortando.
Cuando los piñales abren sus ramas
y el surco ofrenda su fruto,
sus dedos llena de orquídeas
para ofrecerlas de enamorado.

¡Ahí viene el hortelano!
Perales cual enrejado,
ciruelos por el desvío.
En el sendero las flores
su paso le van marchando.
Sobre la luna el respiro,
sobre una falda el suspiro.

¡Ahí viene el hortelano!
Trinchando va su silbido
en la copla del limonero
y el verso del naranjero.
Hay un trino de higueras
que dejan su derrotero
sobre la limpia calzada,
mientras levanta del suelo
ramilletes a su adorada.

¡Ahí viene el hortelano!
Su corazón va sembrando
cuando la yunta espiga el camino,
y deja semilla roja
a que se riegue y florezca:
a unos labios de lotos,
a unos ojos de lirios.

¡Ahí viene el hortelano!
Los durazneros sus pieles
revelan a los ciruelos,
y les pintan sus chapas verdes
cual clavelinos tinteros.

¡Ahí viene el hortelano!
El que un día pasara
por la vereda de largo…
Cargaba un ramillete
camino del camposanto.

¡Ahí viene el hortelano!
El campo todo de verde
quiso lloverle sus mieles.
Mas, un día con otro ramo
cruzó la vereda de largo.

¡Ahí viene el hortelano!
En el silencio la huerta
percibe está sembrando
y los mangares doblan sus ramas
para escucharle llorando.
Hay unas mozas vadeando,
hay unas hojas que quiebran,
en el machete resuenan
los lirios que no prendieron;
en la tierra se siembran
los ojos del limonero
y sus semillas cosechan
la greda amarga del llano.

¡Ahí viene el hortelano!
Los lirios de un beso dado
se fueron al camposanto.

¡Ahí viene el hortelano!
El que un día pasó de largo.

Salvador Pliego

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RosaAzul2.jpg

Rosa azul, mágica y secreta,
tus manos alimentan
la dorada sílice y sed de cardos
que mis ansias necesitan.
La pura miel que brota en ti
desvive como un sorgo en mis cosechas.

Rosa azul del olor sujeto a la delicia,
a la primigenia esmeralda
y al candor de tu íntima cantera:
en ti revivo mi errante cruzada,
la travesía fulgurante y profunda
de las noches y los días,
la copiosa verbena que apetece
y se enreda en mis adentros con certeza.

En ti mi canto fluye y desemboca.
Yo soy el ávido de ti, el inquieto pajarero
que irriga y te devora,
aquel que en las soñolientas tardes se posa
y canta en la orilla de tu espora.

Rosa azul, desde el azúcar y mi boca,
en el amor que aflora y me persigue
en túnica de nieve y de carbón y bosque,
en mi cintura de maíz,
a ti cultivo y beso
en un recóndito resquicio
donde late el más dulce e infinito desvarío.

 

Salvador Pliego

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Tú, que castigas y bendices a la tierra
o simplemente abrazas su misericordia
en los aretes prendidos de cartílagos preciosos,
o que invocas cuanto hay de ti
en cada verde enjambre o tálamo agostado,
o que manipulas con dulzura los sabores y cortezas
como si fuesen lianas de pureza y de franqueza
para dedicárselos a cada estación,
o aquella que fabricas en la mirada propia de los cálamos
y de las petunias recostadas,
o de las begonias tropicales,
o de los jacintos acuartelados en macetas,
o de los nísperos arrodillados en la estepa;
Tú, que emerges de mis brazos
figurándote semilla o tan sólo el bulbo
de la madriguera que expande surco, musgo,
arcilla, greda, polen, en cada milímetro del orbe;
que cultivas mi espalda con las yemas vírgenes de las corolas
y te prendes de la luz hasta saciarme
de partículas propias de la bonanza y la fortuna;
¿qué harías tú con tus formas y enramadas?

Yo haría, preciosa jardinera,
la poda a la pasión donde te oliera.
Y en un ramo de flores, todas bellas,
dejaría el corazón prendido a que le vieras.

Hermosa tú, cala brotante y madreselva,
jardinera radiante en la belleza.
Acósame como las noches del verano o primavera.
Y en invierno, deja mi tallo brotar como un retoño
en el aroma silvestre de tu pecho
y podar tus ansias
en la humedad salvaje de mi alma.

Voy a sembrar mis labios en tu tierra
y dejar que la humedad de un beso
en tu boca los florezca.

¡Ah!… Tu lengua insemina mi corazón de paja y hierba.

¡Hermosa tú!… Timbal de amor y huerta.

Salvador Pliego

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Hay una poesía en el talante de tus versos:
baja por tu boca e irrumpe espacios
en la sonrisa, día a día,
porque tú adornas el amor e inspiras esas rosas,
porque tú emerges en la bóveda y brillas y alborozas,
porque tú decoras con tus ojos los brotes y los mezclas,
y muestras en tus iris que existen maravillas.

Hay una gota blanca, radiante, cristalina,
que baja en tu mejilla y se desliza,
porque tú enmielas el sabor que hay en tu boca,
porque tú avivas el aroma siendo umbría,
porque tú entintas el pretexto del buen día.

¡Tú adornas con tus ojos tantas cosas
y atizas este mundo de vaivenes!
¡Tú prendes vocación para las rosas
y recubres con barnices que atesoras!

¡Tú atildas la sonrisa de auroras!
¡Tú llueves la alegría y la racionas!
¡Hay una poesía en el talante de tus cejas
que no puede pluma alguna describirla!

¡Tú adornas el amor y tantas cosas!

Salvador Pliego

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Te regalo una azucena,
tan blanca como tú y tu sonrisa,
tan bonita como tú y tu alegría,
pletórica de arrullos y crisoles,
colorada y dulce en despertares,
clara y fresca entre tus manos,
brotada de un rincón de tus mejillas,
pintada por tus labios sin medida,
nívea como el iris que al cerrar la mira.

Adivino en ti la gracia y la ternura,
bermeja flor y golondrina,
nacida e hilvanada en el soplo de la vida,
esparcida en la llama de luz y matutina.

Blanca como tú, blanca y siempre erguida,
azucena de mi alma.
A veces mía, a veces tuya, y siempre linda.
Enigma del deseo, bonita y consentida.

Blanca aurora, blanca y fina:
como tú, preciosa espiga,
por debajo y por encima o donde arribe la alegría.
Jardinera hermosa y creativa,
de mirares extinguida, de lindura poseída.

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Salvador Pliego

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Te vi
derramada entre mis parpados,
de olor a cisne,
vagando en los enigmas de naranjas,
color de carmesí.
Allá tus dulces frutos,
acá tus suaves jugos
y el aire enloquecido
en su ritmo de alhelí.

¿Eras tú begonia?
¡Dime que sí!
El pulso de los cielos,
de verde en verde rama,
a tu parcela verdecida colgóse
y estando ya florida se fue de querubín.

¿Eras tú el jilguero?
¡Verdad que sí!
La voz que susurraba,
jolgorios que sonaban,
una voz tan dulce que alas le brotaban.

¿Eras tú guirnalda o algo así?
Y tus iris entreabiertos respondían que sí.
Joyita y serafín,
en tus pupilas tiernas mecías un colibrí.

¿Y eras tú bonita?
Yo mismo respondí.
Y con sólo mi sonrisa
le floreó un jazmín.

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Salvador Pliego

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I
Delineo tu boca.
Con mi lengua la dibujo:
palmo a palmo, vértice a vértice,
cuerpo a cuerpo.
Rozo su contorno por demás hermoso:
una espesura que mi lengua
jamás antes hubo concebido.
La bosquejo en el sentido gustativo,
en el delirio de lo que es un sentido nuevo,
en un naciente y principiante palpitar
que sobrepasa lo nunca imaginado.

Siento tu boca,
la contacto con mi lengua:
cada línea,
cada arista,
su dulce y esférica figura,
su roja y transparente masa que me invade y me traspasa.
Y es lo más sublime que exista ante mi boca.

Doblo mi lengua,
la extiendo cual linterna,
cual antorcha enardecida,
la agito ante tu boca…
Y se abre ella.
Ahí, en un instante,
en un segundo,
lo más singular y más profundo:
revive el beso en una pausa y un gemido.

II
Dos bocas,
dos desnudas bocas
-el cielo busca un matiz entre los labios-,
se enredan, se invitan,
se esponjan, se salpican,
se hacen el amor como dos bocas.
Y, al final,
en un éxtasis que sobrepasa la palabra,
hacen un verso entre los labios
devorándose las lenguas en caricias.

III
Llega tu boca a mi boca
que la enciende y provoca
-fábrica de besos la salpican-.
Te digo:
hay tanto en ti, amor,
hay tanto en ti volando,
que muero y no muero ardiendo,
íntimo y desnudo,
en tu lengua consumido.

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Salvador Pliego

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Cuadro39.jpg

Heme aquí, recostado.
Una mirada al cielo.
Porque su cuerpo fue inmolado
o ardido en la pureza de aquel fuego.
Me descubro a mí mismo en la impotencia,
en la desnuda vaguedad de un paisaje incontrolado,
en la acuarela de unos ojos que son ella.
Y, entonces, sus dedos, vueltos flores,
se deslizan en mi pecho
y creo un torso de caricias con sus yemas
-el verbo del tiempo y del espacio
conjugándose antes y después del sacrificio-.
Me inclino ante sus manos
y entiendo que soy algo:
un ente, una materia,
que va formando ella con su poderosa introspectiva.
Sin que lo sepa o lo entienda
devuelvo una mirada.
Y de los cuatro costados paralelos
que invaden con sus llamas –todas verdes-
las ahuyentadas luces de la noche,
acerca su boca a mi boca
y me destina a la silenciosa y perfecta armonía de su cuerpo.

Así descubro el paraíso y la salvación del cielo contenida en ella.

Le devuelvo una caricia… y me reinvento todo en ella, extasiándome infinito.

Salvador Pliego

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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Biografía inconclusa

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