SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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¡Ah, marinero!
Giran las trombas sobre las velas,
y las estelas se atan al mástil cual rudas ballenas.
Del mar salisteis ensanchando la borda, arrinconando el anclote,
embistiendo el agua sobre la popa.
¡Salid oleaje a propalar torrenciales!
¡Sacad el brío y que arrase a los mares!

De luz, marinero; de sal, bandoneón;
que se armen las aguas vestidas de azul.
Al mar, marinero; al sol, cormorán.
Y el sable sea ola con filo en la voz.

A punta de fuelles navegáis con gaviotas.
A punta de arpones conquistáis centuriones.
Salid ostras bravas de los arenales,
clavando los garfios, hundiendo puñales,
para desenterrar oro y plata
y navegar, conquistando, la barba de los mil mares.

De cobre sea el muelle, de acero el coraje,
para ir a encallar donde se encuentre la muerte.

¡Salid, marinero!…
Atravesad, navegante,
piélagos montaraces, donde se embarquen los cielos
a la profundidad de los mares,
donde la tierra sea cuña para nuestros arrozales.

De luz, marinero; de sal, bandoneón;
que se armen las vientos con espadones y adargas,
para dejar en las aguas constancia de mar,
para dejar en la tierra estelas de azahares.

Salvador Pliego

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Yo, marinero…
-Versos testimoniales y autobiográficos-


II

Cuando la vela sople desde mis entrañas
y la brisa acreciente el alba diamantina
en su azul carrera de marea,
y sienta las páginas secretas de mis ojos
en un alta mar de sueños e ilusiones,
entonces surcaré las aguas,
desatando los amarres de mi cuerpo,
sintiendo la movilidad permanente de mi alma.

V
(Ola de crepúsculos dormidos)

Cuerpo de arena y amarantáceo,
fécula del trigo azul en movimiento,
como un seno pulido de Era
o una Ángel en poli cristalino colorido.

Y mi garganta bebiéndote,
sorbiendo tu morada,
anclada entre postigos,
que son los ojos del mar
acercándose en mareas
o los timbales bramando
en el estallido de las costas
y explotando en el fulgor de rompeolas.

¡Azul, gitano, eres el mar embravecido!
Allá la costa de oro y vellocino.
Acá la cresta rompiéndose en bramidos.
Y el pecho a gritos, de espuma,
de estruendo y estallido:
¡El mar!… ¡El mar!
¡Y mis ojos pescando con suspiros!

VI
(Metamorfosis)

De noche, a las nueve, me acuesto,
la beso: soy mar.
Me despierto de ola.
Salgo a vivir.
Y nuevamente un cuerpo humano sale a transgredir.

Regreso… Me acuesto… La beso:
domino las olas,
descubro mi sal,
meneo las aguas,
construyo la espuma…

VII

Si un día me perdiese y la nada
a mi luz de sombra cobijase,
¡qué quedaría mío sino la arena!
Y en ella el agua, las sales,
el vaivén ultramarino,
y el ruido aquel, de un buque,
que del pecho al aire salpicara
y del alma al viento le soplara;
quedaría, entonces,
meciéndome entre azules.

Salvador Pliego

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Cosita linda, gota hilada,
cuarzo de bruma,
no hay nube en par.

Eres una ola de rosas,
un Magallanes en Valparaíso,
un corazón de pampa y sonido,
una América salida del mar.

Cosita linda, mi reina de sal:
con tus ojos recuento
las madrigueras urbanas,
cañaverales azules donde reposar.

Cosita linda, mi sacramento de mar:
llevas caribeños labios
y las tórtolas en tu ajuar,
donde se cubre de algas
la primavera austral.

Cosita linda, mirada intacta,
copa de ámbar para navegar:
tienes los ojos de un pájaro en puerto
y el trino que arropa
al Yucatán del telar.

Cosita linda, mi Miramar,
mi luna de campo,
mi hemisferio al cantar,
tienes esos iris que son plantaciones
de nichos de mar.

Salvador Pliego

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Por debajo del agua,
por arriba de las uvas,
apegado sin otra sombra
a las nimiedades del salitre,
a su cobrizada espora
que humedece brisa y ojos
como pastizales regados por la bruma,
por la más etérea de las gotas,
voy hacia el azul, hacia sus costas,
a las llaves oceánicas,
a las puertas gigantescas de sus aguas.

Mares de pájaros y de racimos;
Sales que beben con su canto el azul de las almejas;
Ostras nacidas del quehacer nocturno
y que se mecen en la imagen de la niebla;
Calamares del paisaje que son los pintores de cada ola:
voy más allá del mundo,
por sobre las velas de mis ojos,
junto a las alas de mis versos,
sobrepasando dimensiones,
reconstruyendo los telares
donde el sol tejió sus luces,
sus nidos voladores, sus rayos orientados
a la blancura de jazmines,
a los recintos del amor donde la espuma
abrazara el resplandor de una mirada.

Cada estero es un bergantín de mil miradas.
No y sí es la vocación del marinero
y solamente el mar lo atrapa,
solamente la cresta que le besa
y pone el corazón en la madera,
como un buque, como una estela aventurera.

Más allá, en mis ojos entreabiertos,
en la casa azul que va en mi alma,
visto el atavío de la ola:
su ronda silvestre y renovada,
su popular canto de albiluna,
su dirección de reposo y andanza,
para que en las astas, en mis velas,
surquen hilarantes mis palabras
y naveguen alegres en las crestas.

Yo, marino, hijo del mar y de veletas,
salmón como mis iris,
cetáceo por mis cantos,
voy y surco por la tierra las mieles de sus aguas,
y en cada mar dejo mi boca
a las sílabas marinas,
junto a la casa azul de mi alma,
pescando poesía.

¡Ah rosas del mar de azul marea!
¡Ah jacintos que cuelgan de sus olas!
¡Ah núbil transparencia desglosada en el agua!
Éxtasis puro de las aves en la casa
de la música y aroma.
Frescos del jardín moviéndose en vaivenes.
Sube y bajas de la aurora peinándose en las algas.
Ramas florecientes sumergidas en el brillo,
en los colores, en los campos de los mástiles,
en la palidez de sus claras avenidas.
¡Ah novia marina que devora mi boca y la garganta!
¡Ah novia de mi alma!…
¡Novia mía!

Salvador Pliego

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Como una concha expuesta a mi idioma
-misión de arena hacia el destello de la estrella-,
la ciénega marina muestra tu cuerpo
de espera e isla clandestina.
¿Cómo es que cabe tu pecho en la coraza?
¿De qué lado se recuesta?
¿Hacia qué punta del crepúsculo
tus cabellos le comparten su figura?

Yo vi al mar desnudo ante tu cara
y le vi sentado a tu espera;
un santo Cristo le bañaba
en un óleo azul que reflectaba.
Y al rumor de onda submarina,
la más dulce anatomía que existiera
atrajo el canto primigenio hacia mi boca.

Déjame aquí, sentado, observando,
mirando tu meneo,
tu proclividad a húmeda caricia,
la delicadeza en movimiento,
el sesgado giro que me absorbe y espabila,
el encanto delicioso al verte de reojo.

Desde abajo, y petrificado,
alzo mi vista y me entusiasmo:
alucino la morada del agua por tu espalda.
Así veo al mar y no te veo.
Y te veo siendo el mar, y no le veo.
Déjame aquí, reconociendo, dormitando,
reunido con la sal, hidratándome de celos,
espejado entre cristales.

Por tus grandes olas hay cartografías
de vistas peculiares.
Por tus brazos saltan caballitos, calamares, ostras,
anguilas acrobáticas que se enroscan en tus palmas;
escarpan los océanos mostrando piedras de agua.
¡Ah, dulce avenida en caracolas,
voy a arrancarle al mar tu boca!

Déjame aquí donde te sueño:
sentado, emocionado, inquieto…
mirándote de lado.

Salvador Pliego

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CREPITACIONES DE LA POESIA

XXI
Aquí nació el corazón

¡Éste es el mar!
Aquí nació el corazón entre glosas y arrozales:
sus aguas rojas, sus mieles ávidas de laxitudes,
sus barcas parecidas a bravíos colmenares,
la mancha de sus olas expulsándose hacia el aire.

Venid a su puerta de poniente,
al cañaveral blanco de la vida
en un caudal de sueños aprestados
hacia el viaje de conquistas.

Cormoranes todos:
aquí el cuerpo se derrama en viento y vuelo
a los confines inconclusos de la tierra;
aquí nos hicimos agua y nos bebimos a la noche entera.
La turbia brújula marcó su ruta
y nuestras manos, la dirección correcta.

Alzad sobre los ojos
la vestimenta azulina,
el brebaje del paisaje,
y decidle al corazón:
¡Yo soy su navegante!

Salvador Pliego

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Crepitaciones de la poesía

VIII
Alas de los versos

Subo sin límites, sin alas,
donde los bordes se doblegan,
donde las cimas empequeñecen
sus picos y vertientes,
más allá de la altura imprevisible
o los linderos que fabrican
con sus cercas las rutas ascendentes
hacia la absoluta libertad del tiempo,
hacia la sola salvedad de saberse uno mismo.

¡Oh cálamos del verso columpiándose
en las constelaciones multitudinarias,
o en los arcos puros de los navegantes seres
que el espacio desprendiera de sus inmortales soles!
¡Oh letras de los astros que destellan
para ofrendar la luz al vuelo
y a la semilla regalarle el éxtasis
de ver el fruto columpiándose en sus ramas!

Sigmas de las columnas
que con sus grafos heredaron
la sideral memoria
para perdurar entre mayúsculas
en los ancestrales alfabetos:
voy hacia las gredas
donde el viaje llama al aroma
o al aserrín desde su propia cueva,
donde el Coatzacoalcos florece
sus extensos brazos
para regalar piedras de quetzales y tapires.
Sobre el corazón que vuela
(ancha letra desprendida),
mi cabellera se hace lacia de veredas y andadores,
y se posa en las candelas de las coplas y sentinas.

Bordes de la mira
apuntalando al todo y a los claros,
como si el amarillo fuera su corazón
y su seducción volcánica,
o la misma oscuridad de la tierra
en la palpitación de sus veneros;
como si sus manos, colgadas de los cipreses y abismos
o de los pétalos nacidos de la divinidad
de los colores en sus marmóreos capullos agostados,
crecieran desde lo más hondo de la vida.
Díganme: ¿qué pájaro fui?,
¿qué parte del arbusto y de la greda?,
¿qué mímica de los sonidos?
¿qué número entre las sumas
que contaron la fragancia y la pureza?
¿qué hombre entre los hombres
y qué individuo fui entre ustedes?

No soy yo el poeta de las aves,
ni de los arrullos,
ni de las partículas de luna alumbrada,
ni de la flor que al pétalo le hablara
cuando en la superficie de los sueños ya volaba,
o navegaba en tantos mares,
o sobre la magnitud de piedras colosales.
Pero vengo a hacerme parte,
apuntando y anotando,
escribiendo los preclaros
en un telar de cien palabras,
de mil noches con su espuma abrazada,
de mil calandrias palpitadas,
de mil niños balbuceando.

Déjenme mostrarles:
éste es el corazón,
y voy sintiendo… y va volando…
hacia el mar, ¡lo sé!…
hacia la costa descubierta,
hacia la vida… escalando,
hacia la hechura de lo humano.
Voy a escribir el acero y el cobre ardiente
a que temple la herida de mi mano,
a apuntalar mi aorta con la viga
de un socavón que vio su joya
brotando de aquel barro,
de un ónix nuevo que, aún negro,
escuchóle palpitando.

Éste es el corazón…
Hacia el mar, ¡lo sé!…
como un poeta de agua y sal,
como un bergantín que azul se va,
como una aurora que en la cresta sale a pescar,
como un jazmín de anzuelo para versar.

¡Hacia el mar… hacia el mar!
¡Éste es el corazón!…
¡Lo sé!

Salvador Pliego

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CASCADAS DE ALEGRÍA

III
La alegría

Nació.
Veló la primavera.
La mar abrió sus piernas
y el sol se puso a recibirla.
Rugiendo en cada ola,
así exhaló profundo cuando sintió venía.
Cada soplido era un relámpago
y un barco asomándose a mirarla.
El sol alumbró más fuerte
y hubo gacelas preparando mantas.
Retumbaba el vientre y las aguas se corrían
en una ceremonia que nunca acabaría.

Así se vino la carita…
Y la mar siguió pujando.
El sol extrajo el aire de todo el firmamento
y empujaba el vientre, extendiendo sal y brisa,
ayudando a recibirla.
Lo que los ojos vieron los muelles le aplaudieron.
Entonces todo el cuerpo se vino así brillando.
Y soltó su sonrisita.

Salvador Pliego

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Así me decía mi madre:
“Ven, hijo del mar…”
Y yo iba con mi corcel de olas
a verla transformarse en un crepúsculo
que enrojecía las aguas
para hervirlas de sal y nubes,
para rociarse de algas
y mudarse aguamarina
entre moluscos de ultramar.

Dicen que el mar existe cuando ella ríe.
Por sus manos de bajamar
las caricias y los mimos…
la ternura de su rostro.

Dicen que de niño, muy de niño,
me ponía en su pecho,
y la espuma era en mi boca
su velo de mujer.

“Ven, hijo del mar…”
Y me iba a navegar.

Salvador Pliego

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Se le ha escapado al mar su azul de fondo.
Su cuerpo en olas se escabulló y no dejó siquiera estela.
Se le ha escapado al mar su azul de manto.
El agua fría su opacidad como una sombra la disemina.
Y un hombre, allá en la arena, al verle muerto
se dobla y chilla.

Se le ha perdido al mar su azul y no le encuentra.
Desde las alas han ido a buscarle y no hay respuesta.
Allá la luna presta su claro, mas, al acercarse pierde alumbrado.
Se le ha escapado su tono al mar sin encontrarlo.

Se le ha perdido el azul al mar y se ha encallado.
El agua aquieta al recordarlo
y las mareas se ahogan solas, inanimadas,
buscando algo en qué ampararse.
Se ha escapado el azul marino.
Allá, en la orilla, un hombre absorto
le toca… y se postra cubierto en llanto.

Otro hombre viene y le toca el hombro.
Se abrazan ambos y, ya sentados,
al horizonte le ven de frente.
Dos hombres yacen ahí sentados.
Uno sonríe… El otro al verle su mueca cambia
y la torna alegre.
Se abrazan ambos… dos hombres ahí sentados.
El mar les siente y sus brazos mueve en mil torrentes.

La medianoche alumbra el candil del mar.
Y en la brisa, allá, a lo lejos,
una ola azul está sonriendo.

Salvador Pliego

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

Poemarios y cuentos

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