SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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Del canto del mar


I

Ya no hay gaviotas, poetas.
Se fueron al mar.

Se fueron silbando, tejiendo un ajuar
de nidos, agobios, nostalgias y pan;
ni quien las alcance o vuelva a escuchar.

Dejaron ristras y estelas,
bordaron de cera las crestas del mar.
Transmigraron sus plumas
y legaron un pedazo de cauda
por si el sur las quería alcanzar.

Ya no hay más gaviotas,
ni quien las vuelva a besar.
Con sus crinolinas largas,
con sus delantales cromados,
iban tejiendo para recordar.

Ya no hay más cantores en el canto del mar.
Quedan abedules, los cauces, las rocas,
la ausencia… y la misma sal.
Quedan unos versos
y unos ojos de arena, rasgados,
por si una de ellas quedóse detrás.

II
¿Qué voy a cantar?
Quedan encinos y albatros, y una estrella vagando,
destemplando el mar.
Y si no pudiera, ¿qué voy a cantar?

Ahí va esa niña con su cabellera
y una letra en su diadema nueva,
blanca y bella como el talismán que lleva.
La recuerdo cuando yo iba a la escuela
y ella parecía la arena disuelta.
Si ella me viera, ¿qué le iré a cantar a su cabellera?
¿Qué le iré a cantar?… Ahora tan grande y risueña,
con su cabellera negra, tan negra y tan linda,
que si a mí me oyera lo que le dijera…

Por ese camino donde paso a veces,
y a veces se extrañan porque en su vereda
dejo un verso para que me oyera,
¿que le iré a cantar?…
Decía mi abuela que al paso corto
una esperanza, para que una posada
abra la puerta y en ella busque
absuelta la gracia, la noche en la hamaca,
y la luz bajando del alba.
Mas, por ese camino donde paso a veces
y a veces le dejo una letra llana,
tan plana y reseca que parece piedra,
tan dura y siniestra que no encuentra guarda,
¿qué le iré a cantar si mi pluma le viera?,
¿qué le iré a cantar para que alguien le vea?

Pero, ahí va esa niña con su cabellera,
tan linda, tan linda y risueña,
que parece la arena soplando en mareas
y lleva una diadema que sus rizos sujeta.
¿Qué le iré a cantar para que me vea?…
¿Y al cantarle un verso hará como si me oyera?

Aunque a veces no haya vereda,
ni posada, ni piedra,
ni casona vieja donde mi huella esparciera,
mucho menos canto que de mí saliera
o un verso que la flor oliera,
ahí va esa niña, esa niña linda,
tan linda y hermosa, con su cabellera negra.

Salvador Pliego

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(El premio fue ganado por Miguel, del blog
Anapedraza (http://blog.iespana.es/anapedraza).
Visita número cien mil. Felicidades
y gracias a todos ustedes.)

Éxtasis perenne

A vuelo abierto, serenada,
mi boca arremete a tu boca;
la mar azul que ciega,
la lengua cuando sopla.

Iba perdido en ti,
y más allá mi boca:
un náufrago en la cima
y el mar hecho de rosas.

Así vestidos de líricas gaviotas,
las velas puestas,
las manos hechas rocas,
y el cielo limpio: emperatriz de amor y alcobas;
oleadas de vesubios y alcanforas
en la mar conjuntándose
con cíclopes del agua y buques de la flora,
dos lenguas emergían como coplas.

Vuelo abierto de mítica gaviota,
sal y espuma que nace de las orcas,
y el aire, cuajándose, perdiéndose, cifrándose en las olas,
camina desnudo y atado por las sogas;
la noche oscura, la luna convertida,
y los ojos, violetas, mirándose las bocas.

Mar empapado de ti y de tus gotas,
de plumas rojas que te soplan,
de labios vírgenes de peces
y crisálidas que en tus dientes desembocan.

La música en los iris, viajeros que esculpen movimiento,
flotantes cuerpos del lecho y aguacero,
anegando el tacto y zumbando extasiados.
Un rostro, tú; el otro, el mar junto a tu boca.

Brota el agua, y tú del agua al mar su tinta blanca,
la espuma que habla profética y callada:
imagen blanca de nube ya salada.

Así el mar te besa en su líquida morada:
estrella y ala respiraba,
geometría de labios, camelia abanderaba;
íntima de polvos, descubierta y sagrada.

Iba adormecida el agua y parpadeaba…
y el mar ya te besaba.
El mar ya constelaba topacios en la playa.
Furores de tu boca se mojaban
y la luz silbaba en la almohada:
Aguamarina: eres el mar donde la ola se inclinaba.

Salvador Pliego

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Páginas de la muerte

XIII
Vivencias del mar

(Dedicado a todos los invidentes)

Madre, dicen que éste es el mar.
Que es como la ceniza
que polvorea la carne y tiñe las palmas de un azul colosal.
Que tiene brazos de arena y su pulpa fermenta
entre mieles de espuma y de sal.

Hay un olor a agua sedienta
que sin buscarla viene y me toca,
y se queda en los poros humeando
cual chamuscada madera de antorcha o leña talada
que de un fuego escapó.

Hay un rugido de mundo… lejano… distante… soplando…
que si yo viera le haría por nunca callar.

¡Dicen que éste es el mar!
Que en él la esperanza un día cruzó,
y sin remos, sin barca, sin buque, se fue a navegar.
Que cuando alguien le mira se alzan las velas a punta de sol
y en cada poro se carboniza el silencio en rojo color.
Que tiene caminos de estrellas
y va dejando monedas de años, de tiempos, de siglos de andar.
Dicen que tiene destellos:
montañas que suben y bajan a placer de su azul,
y un mundo de agua llamado altamar.

¡Dicen que éste es el mar!,
donde recorre la voz su humedad
y la anchura se escapa
sin que nadie la pueda alcanzar.
¡Si mi rostro sin ojos le viera soplar!…

Madre, cuando tú suspiras, ¿suspiras el mar?
Cuando me besas, ¿me sientes mirándole al mar?
Cuando yo le siento, ¿abres tus ojos en par?

Salvador Pliego

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Prendido en ti, en tu cintura,
una sombra de besos a tu boca seducía;
por tu espalda el mar,
por tus hombros que miraba,
y la grana de cobija en el silencio amanecía.

Ese recodo de tus brazos, de espora y mimbre,
y la luz que apuñalaba el rescoldo de la noche que caía
a tu pecho y a tu vientre,
ebrio de espuma y gobernante,
hacia el perfil que en ti bebía
en la vorágine de un labio vaciándose y dándote la vida.

Y cuando el sol se abría,
bebiendo en ti la mar crecía
su honda y profunda vocación que en ti tenía:
en tu cadera la madrugada de su arena
y en la tarde esperando oír tu voz serena.

Así, de altares, tu cuerpo acumulara el mar,
tu espalda y la marea.
Y yo prendido a tu cadera,
sed de asombro y de espera,
alucinando el grito, descifrando un siglo,
dejando un labio en tu cuello
y en el mar un beso de caderas de un buque embestido.

Salvador Pliego

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Desde el tiempo

VIII
(Éste es mi verso)

Inquieto como tú, mar,
tu azul me incita.

¡Alzad la espada, gladiadores!
Morid en tierra. Vivid en vela.
Dejad estelas en la marea.

¿Qué más me pides?
¿Qué más me invitas?
Alzad mesanas de lis y cala
y un espolón en tu frente ancha.

Velad corsarios fragatas y alas.
Cimbrad las olas con garfio y garra,
y si hay poetas clamando al alba
dejad que el viento los haga alas.

Nací corsario y me siento espada.
Batalón de hierro lleva mi alma.

¡Alzad la espada!
¡Volad fragatas!

Cargad poetas la pluma airada.
Id por los mares cantando estrofas.
Id recogiendo del viento ostras.
Salid corsarios por las mañanas.
Dejad vestidas de espuma rosas.
Naced de nuevo en las olas bravas.

¡Cantad, poetas!
Dejad estelas forjando amarras.

Éste es mi verso:
Izad los pechos de azul y plata.
Sangrad veletas con las correas.
Morid en tierra. Vivid en vela.
Dejad estelas en la marea.
Naced de nuevo.
¡Naced poetas!

Salvador Pliego

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Buzo ciego, el mar te mira.
Estela incandescente de vetas, nutrias y moluscos.
Puerto abierto en que la noche sucumbió
y la mano perforó aquel pozo negro
en que la joya brotó como su aliento.

Alguien que vino, en el mar picado, en la ola brava,
en la orilla de serpientes corredizas,
se acercó y dijo: “!Yo soy poeta!
¡Buzo ciego, el mar te mira!”
Y el mar miróle recostándose en la orilla.

No sé de donde vino o nació ese grito:
si en plena cordillera, latitud o simple brisa;
si en las aguas confrontadas
o en la vela rota que nunca perdonó al marino.

“¡Yo soy poeta!”
Y salí a gritar mi pedrería.
Salí a las olas a encontrarlas
y a rondar el agua oscurecida.
Era un nudo en la garganta.
Era la palabra de agua, el rincón del soplo,
la ciénega de algas, la planta bronquial de los escualos,
el viento que golpeaba mi cara adormecida.

Ven a mí, torrente de agua,
cristal de Urano,
joya de ave, pulcritud de espacio engrandecido.
“¡Yo soy poeta!”
Aquel que sucumbió en tu mar de brillo
y alzó el puño en frenético delirio;
náufrago ciego, arrodillado y en la arena esculpido;
copa en mano y salpicando el verso en su bramido.

“!Yo soy poeta!”
Buzo ciego, el mar te mira.

Salvador Pliego

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Desplegado y solitario donde se curva la página de los deseos,
el viento sopla como un titán embravecido
tus tibias manos de barcas y laderas.
El pájaro que arde limpia su rostro en la vegetativa orilla
para que un horizonte tibio le despierte y viva.
Y los faros, inclinados y amarrados,
estiban en tus ojos las más profundas de sus aguas.

Diseminan las olas las legiones de cardúmenes y estrellas,
y del mar, como una espuma,
se extiende tu mirada a la estela de mareas.

Sólo tú, entre mis brazos, socavas las tinieblas
en las velas del oráculo distante.
Lo que brilla en el puerto prende en mí y lo iluminas.
Las ráfagas de estrellas se esclarecen y encaminan.
En mi pecho golpean borrascas y andanadas.
Y sólo tú, con un beso, me anclas y me arrimas.

(He vivido el amor en la alta profecía,
donde el lecho en las pupilas sus fibras florecían
y en trinos de navíos y cariño su envoltorio esparcían.)

La noche su rumor apila,
hermosa amada y mía,
y un coctel de labios se templan y enfilan.
La cuesta de tus besos navega a la deriva,
y mi red se extiende al vientre y a la orilla:
a luna adormecida sabe tu boca prometida.

Desde la extensión volátil del agua y la marea
un niño en tu pupila mira,
y tan sólo se acurruca, mientras la noche le entibia y le cobija.
Y un soplo de tu boca, somnoliento, se le arrima.

(He vivido por ti a sangre fría,
invocándote en el molde de lo intacto:
más allá del mar, del viento,
del pájaro telúrico,
de la cresta profunda y del impulso.
Abrupto volcán de sal y piedra,
crepúsculo de ancha madreperla:
he ahí la armadura y su cristal pulido;
he aquí la silueta de la tierra y su marino.
¡Oh en ti los ojos del mar ya desprendidos!
¡Oh amor intenso de luz y concebido!
En la cintura que baja y rompe el arenal vive un marino.
En los brazos de argamasa que sucumben o relucen
se aviva la cópula en delirio.
¡Ah, bajo tus ojos de blanco vino!
¡Ah bajo las velas de un cabello amanecido!
… Y digo que despierta mi alma si te miro.
Sólo tú, entre mis brazos, invocas al cariño.)

Cubre el mar entonces su hermosa claridad y sus castillos,
y en la más inmensa barca
que su oceánica marea sostuviera,
mi boca un beso implora…
y a ella, náutica y preciosa, le suspira.

 

Salvador Pliego

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¡Yo nací en el mar!
Aquella barca, aquella luna
tenía un coral… y una perla en blanco para ir a surcar.
¡Yo nací en el mar!
Debajo de la cresta, arriba, entre la sal;
ondeaba como espuma en pleno altamar.

Estando allá en su adentro la arena vi menear:
tenía esos ojos plenos de gubia y de azahar,
tenía esos labios de escarcha al reventar.

Y dicen que la mar…
Tenía unas pupilas rugiendo al zarpar.
Su piel iba en cascada, profunda al ondear.
Dicen que era ella buscándome en la mar.
Dicen que era el ancla sintiéndose encajar.

Se vuelve urgente y acuciante tenerte y disfrutarte.
Se vuelve indispensable el farol que enciende y arde.
Dicen que es su marca flotando al sólo verte.
Dicen que es oleaje creciéndose en tu vientre.

¡Yo nací en el mar!
La vela azul y cresta,
sus ojos apremiantes,
su pecho en cauda y de aguja navegante;
aquella marejada que rompe y luego prende;
aquella masa de agua que viene y todo esconde;
las mismas olas grandes que todo lo adormecen;
las cíclopes mareas, las furias agitadas,
los mástiles de acero doblándose al mirarte.

¡Yo nací en el mar!
Ajetreándose por verte y luego al horizonte.
La orilla de tu vientre fue curva equidistante.

¡Yo nací en el mar!
¡Se vuelve urgente amarte!
¡Se vuelve inaplazable!

¡Yo amé la mar al verte… y entonces su horizonte!

Salvador Pliego

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Acumulando en una veta la mar o un suspiro,
o el amor azul lleno de trinos,
contagiado por una interminable estela
que se pronuncia incontenible en la horizontalidad del orbe,
como si fuese la más cercana recta
o la más lejana esfera que en ti brillara,
miro así tu corazón y escribo.

Contemplativo hacia la verticalidad,
hacia la expectante respuesta a ese confín,
llega un murmullo exhalado
y un suspiro escapa entre la piel a perseguirlo.
Y sólo pienso en ti, en arrancarte con los labios los latidos.

Mira: tan frágiles tus manos se adhieren y coluden,
su suave carne se apresa en la frontera de un exilio…
y las hago mías, en los límites que en ti concibo.
Y sólo pienso en ti.

Arranco de tus labios otros labios escondidos
sin que sepan de las horas en que toco sus tejidos.
A ellos, junto a ellos,
les devuelvo un respiro desprendiendo mis sentidos.
Y sólo pienso en ti.

Persigo lo que tienes, lo que cubres y segregas.
Elaboro un cosmos en tus yemas y substancias.
Identifico al sol en cada uno de tus jugos.
Y sólo pienso en ti, en arrancarte el corazón
y regalarle mis indómitos suspiros.

Pero, ¿a quién?…  Si de tus ojos hay ojos siempre
que el horizonte cubre con su nube
para dejarlos vivos, sin aliento,
y depositarlos al rocío cuando abren.

Suelo arrancarte a besos…
¡Suelo arrancarte la luz de un beso!
Es el amor un nudo atado al pecho
que desahoga su gemido allá en lo alto.
Mira: tus lindos ojos… tus ojos lindos…

¿Acaso el amor dejó su escrito
y al mirarle, en una letra, lo firmó para leerte?
Pero… ¿a quién?
Llamo a tu puerta, a tu nombre, a tu figura:
el espacio que abre es la mitad de una llamada
y la otra es parte de tu boca.
¡Sólo pienso en ti!

Suelo esconderte y refugiarte.
Y tus ojos, lindos ojos,
me arrancan en mitades a tus partes.
¡Sólo pienso en ti!
Suele mi boca tocar tu boca.
Suelen tus ojos abrir mis ojos.
Penetran raudas y australes vías
que se entrecruzan y luego expían.
Suelen tus manos blindar mis manos.
Todo viene y escapa al verte,
todo se cubre de enmascarado alivio,
todo se inhibe junto a tu vientre.
¡Me arranca el pecho tu aroma ardiente!
¡Me arranca sangre tu sangre tenue!
Pero, mira: tus lindos ojos… tus ojos lindos…
¡Es el amor, lo sé!
Aquí en tus besos la estela cae.
Allá en la calma el horizonte su azul embiste.
El viento sopla y tu rostro ondea la mar que brisa.
Suelo aquietarme en tu abrazo e irme.
Tus lindos ojos… tus ojos lindos…
Suelo arrancarte en la mar y en ti perderme.

Salvador Pliego

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Cuadro43.jpg

Cúmulo de aves, de rocas clandestinas,
en la abandonada tarde, en la desaparecida  forma,
abanicándose los dedos, mordiendo los senderos…
Y el puerto: ¡oh miraje de alto vuelo!,
¡oh raíz metálica y oceánica!
¡oh alforja de crudo acero relamiéndose los vientos!
¿Y los niños, marinero?

Decidme en alta vela,
contadme de un buque y su marea.
¡A proa, marinero, a proa!
¡Alzad el ancla y la mirada,
soplad la vela,
dejad la tromba abierta cual estela!

¿Y los niños, marinero?
Vestidme un día de garfio y centinela.
Alzad la copa a que salpique de sal en la costera.
Ondeadme fresco cual ola ventolera.

¿Y los niños, marinero?
¿Y los niños?
Traedlos desde el fondo de la mar con su bandera.
Ponedlos en la cima de la tierra.
Dejadlos en la cumbre, a toda vela.
Vestidlos de altamar y que se muevan.
¡A proa, marinero, a proa en la marea!
Contadle a todos ellos que hubo un buque y un verso a toda vela.
Decidles que hubo un garfio, una red, una marea.
Prestadles mis ojos a que vean.
¡Prestadles mis pupilas en la mar abierta!

¡A proa, marineros, a proa en la marea!
Prestadles mis ojos a quien quiera
y gritadle al mar cuando le vean:
¡A proa, marineros, a proa!
¡A soplar a toda vela!

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Salvador Pliego

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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