SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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Del tiempo y tiempo, infinita era la bruma
y el sino que desnuda a un alba en madrugada,
con sus chapas encarnadas,
con sus nubes tul y rosa.

Y digo: Para nacer yo quiero
el sentimiento o la hondura de tu boca.

Y digo: derretíanse, cobijábanse y esculpíanse
y… ¡ah!… tan sólo con tu boca,
se abra y repose,
roce y acomode,
acose y mitigue,
apriete y apacigüe.
Y… ¡Ah!… ¿Qué quiero con tu boca?
Si ella sabe que respiro cuando pasa por mi boca.
¿Desprenderla como aroma?
Y… ¡Ah!… ¿Qué quiero con tu boca?
¿Si llevarla a que levante la corola que me asombra?
¿Si sembrarla y protegerla a que la mar muestre su ola?
¿Si dejarla en la arena a que la brisa la recoja?

Y el levante es una muestra de recóndita armonía
que dibuja tras la noche su figura amanecida.
¿Qué quiero con tu boca?
Luz de nieve, luz llameante,
baja estrella de horizonte.
¿Y qué quiero con tu boca?
Suave greda que adormece.
Dulce coro entre las hojas.
Blanca espuma que hace pompa.
Y es tu boca el sube y baja de una fuente desprendida,
cada lluvia y cada gota que regala de su cauda,
cada noche y cada rito que amanece en rebeldía.

Y… ¡Ah!… ¿Qué quiero con tu boca?
Si ella sabe que la llevo permanente con mi boca
y se conocen palmo a palmo cuando frotan y devoran,
que se buscan y se entienden,
que se observan y se esconden,
que se anidan y se duermen.

¿Y qué quiero con tu boca?
Abril y mayo como meses de tu flora.
Castigar al viento que te toca y que te adora.
Resguardar tu lengua y degustarla a cualquier hora.
Y… ¡Ah!… Tan sólo conquistarla y acercarla con mi boca.
Abrir el tiempo y sepultarme.
Sosegar al cosmos con su aurora.
Liquidar minutos que me apremien
y dejar tan sólo que tus labios se me acerquen.
Que me toquen…
¡Que revienten y me dejen, simplemente, a que te bese!
¡Ah!… ¡Tan sólo que se acerquen!
¡Tan sólo que se acerquen!
¡Tan sólo que se acerquen!

Salvador Pliego

Te amo, ¿qué más?
Y se encierran en tu boca mis palabras
y una a una al pronunciarlas las disfruto.

Sólo tu rostro permanece.
Aquí, en lo alto, no hay vocablos.
Y no es que esconda el nuevo día
pero hay horizontes en que sólo tú te escuchas.

¿Habrá otro canto que te nombre
y que suave, como un verso,
en un rocío a ti te llame?

Te amo, ¿qué más?
Y me encierro entre las notas de tu boca a escucharte,
donde broten esos labios,
donde canten estos besos.

Y aún vibran las campanas sin sonido.
Se percatan de tus labios y difunden como ecos de extravío.
A lo lejos, sí, a lo lejos, aún se expanden sus sonidos.

Te amo… y no dejo de decirlo.
Alejados, como niños, van los besos de la mano.
Sonrojados quizá, sin mirarse, sin quejarse,
van tocándose cual ciclos de cariño.

Y me preguntan: ¿Qué cantan nuestros besos?
¡No lo sé!… Pero me llevan a tu boca, a tu lengua,
y es ahí donde escucho melodías contagiosas.

Una flauta dulce, un violín en llamas
va sonando hasta morirse, va dejando cauda
como aves de alas grises y transforma los espacios
en raudal de querubines.

Te amo, ¿qué más?
Y eres tú la nota que converge aquí en mi día:
ese canto de besos que no expira;
Profundidad de labios que se tocan
y al callarse emiten sinfonías.

Y el tocar tus labios… ¡No sé!…
Es como amarte y transformarse en brisa.
¿Qué más?…
Si es el besarte en la boca mi alegría.

Salvador Pliego

 

¿Duermes?, Princesa abandonada y fría.
Cihuapilli amada, corazón de la montaña
en la soledad glacial del vendaval y el aguacero.

Te enterraron en la cúspide de fuego y la ceniza
y te bañaron con el temporal de la harina y la blancura.

¿Duermes?, Princesa inmóvil y afligida.

Un día escuché tu voz enamorada
taladrar el corazón puro de la tierra
y me prendí a tu canto, a tu blancura,
a tu beso de cenzontle y de perdiz,
a tu inquietante y categórica hermosura.

Me vestí de blanco enamorado y me besaste.
Entonces descubrí el paisaje en que dormías:
la cordillera en alta punta,
el águila morena enardecida,
la vasta saciedad del valle,
tus faldas de nopales y magueyes,
el beso en la túnica en que me mecías.

De ahí nació el alma india,
Cihuapilli bienamada,
el alma en que cediste el don a las calandrias:
la plural y virginal cosecha del bronce y del onix;
el tejido donde guardan el color moreno de los hombres maltratados.
Y guardaste el corazón como último valuarte,
como último especimen,
para dármelo en la noche a hurtadillas.

Ahí quedo plasmada tu figura voluptuosa.
Ahí amarré mi soledad vetusta
en la cicatriz de tu partida.

Cihuapilli bienamada, Princesa estacionaria y quieta.
Postraré mi lanza en tu frazada blanca
y dormiré tu ensueño en el manglar del extravío.

Un día levantaré tu manto,
me acostaré sobre la piedra y tu retazo
y apretaré mi cuerpo a tu cuerpo
en el vértice de olvido,
y soñaré tu amor de nieve y frío,
y soñaré mi amor y mi suspiro.

Salvador Pliego

I
Usted que lleva siempre
mis deseos y arrebatos
y guarda en su talega
lo que miro en sus encantos.

A usted, preciosa dama,
que es parte y que confía
de un día en mi alegría,
y que abraza en la fineza
de unos besos la entereza
de saberse siempre mía.

A usted que lleva puestos
de mi pecho los suspiros,
y en sus ojos los anhelos
de quedarse en mis respiros.

A usted, mi bella dama,
a usted le digo en plena gala:
que aún guardo el más bonito
de mis besos a su alma.

II
Usted que lleva puestas
reflexiones y razones,
usted que sólo escucha
del mundo ilusiones,
le digo que mi causa es justa
en sus clamores.
Le cuento que es en ella
que difundo mis visiones:
la veo a usted vistiendo
del viento mis afanes,
la sueño a usted guardando
del tiempo mis quereres,
le digo que platico de usted
hasta en los mares.

En usted yo reconozco
lo bonito que es la vida
y reconozco que hay razones
que la envuelven en la mía.

Si no lo sabe usted,
cada mañana y cada instante
es un deseo el mirarle,
y a cada rato me sorprenden
sus imágenes al verle.

Usted es parte y todo
de una causa que pregono:
la sentencia de alegría
que en la vida
yo me impongo,
el manifiesto a mis plegarias,
el motivo que devela mi proclama.

A usted la busco como parte de un trabajo
que labora cotidianamente en mis haberes:
que resuelve y que contagia,
que estimula y que alienta,
que refuerza y fortalece.
A usted le digo que es la llama
que me aviva y enardece.

A usted su rostro la dibuja por bonita,
y le digo que no he visto
a nadie más así de linda.
Me refiero a usted como
la luz en flor de mi ventana,
y la acaricio sin tocarla,
tan sólo en la mirada.

De usted, si, de usted,
si no lo sabe,
le digo que hoy depende
esta alegría
que se forja en mi alborada.

III
A usted
que le sorprenden las cosas de la vida
le digo que no ha visto
lo bueno todavía.
Si se acercara un poco,
le digo sentiría
mi pecho en su revuelo.
Y si se acercara toda,
¡qué cielo!,
¡por siempre haría mi vuelo!

IV
De usted presumo sus detalles:
la fineza en su escultura,
el portento de su arte,
lo selecto de su talle.
Y es que aún no encuentro
algún defecto que la marque,
aún no veo un filamento que no cuadre.

Es singular como las plumas en el ave:
En cada parte hay belleza,
y me sorprende que se entregue
dulcemente al sincerarme.

Usted me lleva y sin quererlo de la boca.
Usted me vuela y sin saberlo me trastorna.
Usted me cubre y no queriendo me descubre.
Usted me esconde y cuando quiere me sorprende.
Usted me atrapa y me desprende al besarla.

V
De usted es la belleza
y maravilla sin iguales,
la cauda que deslumbra
cuando agitan esos mares,
las nubes que reflejan
sus luces de corales.

Usted quizá lo sabe
y lo sabe en mi mirada:
¡Qué linda es su pupila!
¡Qué linda es cuando me habla!

Usted provoca tanto
y provoca por su encanto,
me lleva contagiado
y me inventa agitado.

¡Qué linda es su mirada!
¡Qué linda es cuando me habla!
Usted, si no lo sabe,
me enciende y me induce,
me induce a que la mire,
la mire y que la bese.

VI
Usted lo sabe y lo repito,
y le recuerdo que en su cara
mil veces y que a diario lo recito:
la amo a usted,
y la amo como a nadie,
como a nadie más le he dicho.

Salvador Pliego

Levante el azul del río
y duerma sobre suspiro,
asome la vida y cante
del verso más rozagante.

Alienta dulce mañana,
anima cual regocijo,
azahares de nieve blanca
en los sueños le acoja vivo.

¡Despierta, linda, despierta!
¡Alúmbrame el camino!
Se mueva tu vientre, encinta,
y en pecho suspire el niño.

Qué bella va de mañana,
como agua se va el rocío,
tu vientre de dulce y grana
color de la carne y nido.

Voces que el llanto alaban
sobre tu canto duerma encogido,
llevas el alma en calma
cuando susurra la voz del niño.

¡Despierta, linda, despierta!,
se mueva bajo mi oído
la almohada que lo levanta,
la sangre de mi delirio.

Se aviven luces de olivo,
mar de tu vientre vivo,
se crezcan verdes guirnaldas
en noches ilusionadas.

¡Despierta, linda, despierta!,
de rosas prendas el alma,
del vientre que agita y tienta,
del mundo que te lo aclama.

Salvador Pliego

Azul de la noche, azul de la luna,
se avive la flama, se queme la mirra,
se alumbren farolas sobre la avenida.

Que se prenda La Maja desnuda.
Que se prenda la luna en la altura.
Debajo del fuego se encienda la duna.
Debajo del cielo se escuche la rima.

Que se prenda La Maja,
que se prenda desnuda.
Que me lleve a la gloria,
que me enfile a la dicha.

Que se prenda la luna de azul maravilla.
Que se prenda la noche con tu cuerpo de diva.
Azul de la alcoba, azul de la aurora,
que me encienda la noche La Maja desnuda.

Salvador Pliego

¿Qué quieres?
Sobre el azul del mar despiertan las palabras
y el piélago cae como arena en su rostro.

¿Qué quieres?
Y ella dijo:
Que me leas…

Y al abrir sus ojos, de sus iris, le leí un poema:
“Tras los restos infinitos de la aurora…”
Y al cerrar sus ojos, me cubrí con ella.

¿De dónde el verso?
¿En qué tinta la arena crispa y graba?
Y el canto que se prende como un grito del cincel pulido.
Allá, en la noche, el aplomo del ave se persigna
y canta con su llanto sin que nadie le intimide.
Hay recuento de pájaros y alas.
Hay vestigios de tardes y de auroras.

¡Oh, poeta!
Cristal del fuego y del vacío.
Cueva desigual de la vela y del marino.
Fue el verso su boca humedecida.
Fueron sus manos el roce y las teclas
donde el bardo sus escritos de sonido acumulaba.
El altar del poeta: su musa y su marea.

¿De dónde el verso?
¿De dónde el canto?
Si sólo ella.

¿Qué quieres?

Y al abrir sus ojos, de sus iris, la poesía…

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”*

*Verso de Pablo Neruda.
20 poemas de amor y una canción desesperada.
Poema 20.

 

Salvador Pliego.

 

He de confesarlo, sí,

que decirte amor rompió la calma que tenía.

 

Ah Venecia pura, góndolas de viento,

velas que del fuelle se extravían en suspiros.

Me quedé en el puerto de los sueños,

en la barca airosa de la risa,

bebiendo noches, saboreando lunas,

galanteando auroras.

 

Y el amor volvió y se quedó prendido

como el muelle salpicado de latidos

donde el mar iba y venia,

donde yo iba y lo traía.

En la resaca te veía,

en la ola te acogía,

y sólo las gaviotas murmuraban

cosas que el viento les oía.

 

Venecia hermosa del canal que me prendía.

El amor llegó en tus barcas,

en crecientes olas blancas

y el amor correspondía.

 

He de confesarlo, ¡sí!,

que en tus aguas me perdía.

El amor volvió y en góndolas me iba.

 

Venecia hermosa, amada mía,

sabes a miel de ébano y a baya dulce,

tienes el color moreno y rozagante

del puerto ebrio en que el paisaje

es durazno y azabache.

Llevas esos ojos cristalinos

que el murano escribe en lejanía.

Tu cuerpo es puente

y el balcón de mimbre

que en veladas noches se esculpía.

 

Preciosa, hermosa, dama mía,

el amor volvió a la vida

y tu boca me prendía.

Góndolas de viento, góndolas del puerto,

tus brazos me mecían

y en ellos me escondía.

Belleza y dulce mía, que en tus besos me acogía.

Góndolas de luna sobre un pecho que lucía

los más fragantes senos

que el alba merecía.

Góndolas de brisa que me dio la vida.

 

He de confesarlo, ¡sí!,

preciosa dama mía,

que besé la luna

en la Venecia en que tú ibas.

Salvador Pliego

Claroscuros de mi mente
se forman al tocarte,
al blanco que arranca tu cuerpo extasiado.
Revelada la silueta
y develada mirada serenada.

Surgen de mi mente
manos amarillas palpitando aceleradas,
mejillas y muslos combinados,
péndulos con aretes y brillantes,
pechos sedentarios
y amores desbocados.

Te tengo en mi mente
para no rasgarte nunca
y palpito con latidos de dicha insospechada.
Llevo la sonrisa a flor de día
con ideas de colores y tu piel morena.
No se borra en mi memoria,
ni se nubla a la distancia.
Siento la felicidad en cada pensamiento
y te siento singular al forjarte entre mis manos.
Mi corazón revienta henchido y satisfecho.

Eres la delicia hecha flor a la mañana,
eres la pasión de todo infinito,
de todo contemplado, de todo tiempo prolongado.
Arden las ideas con tu cuerpo figurado,
germinan iracundas las palabras y los verbos,
renacen pueblos conquistados,
derrumbes y glaciares,
y a ti sólo te toca mi mente almidonada
con el éxtasis de hombre enamorado.

De los lóbulos pletóricos del amanecer y la mañana,
de la noche trastocada,
de los cuerpos flotantes, ungidos,
y trenzados y acuerpados;
de los músculos abiertos
como mariposas no alcanzadas:
A ti te debo mi estelar sonrisa, galáctica e infinita;
A ti se debe mi ilusión específica y concreta;
En ti me amarro cada día y cada hora
a lo profundo del amor ilimitado.
Amada y más amada,
mi mente se aclara en tu figura.

Salvador Pliego

Luces blancas, transparentes, olor a cielo,
plumaje y oro que va cayendo al suelo.
Cada partícula es como un querube en vuelo,
tocándose sus alas, descubriendo el viento,
abriéndose para recrear su aliento;
descolgándose sigilosas como algodones bailarines,
cuchicheando en el espacio sus secretos.
Cada una se esparce y van vistiendo los paisajes,
como novias puras y benditas del follaje.

Habitante del jardín y de las noches,
de la acuática marea,
de la travesía del agua y del bajel en ruta;
me quedé absorto entre la nieve,
abstraído y perdido hasta nublarme;
tocando su ligereza, respirando su sencillez,
mirando su ilimitada forma, abarcando su infinita manta,
señalando su nívea cabellera y su lechosa entrega.
Y como nadie, me sentí invitado a su cuerpo y su materia,
a su albina pulcritud de dama.

¡Ah!… Era el reventar de espacios y ajetreos,
la alegría pura, el danzar en la volatilidad de la materia,
el brincar entre la nada, el pintarme de su aureola,
y vestirme blanco, todo blanco…
Y una sonrisa cargada, a nieve y pluma me sabía.

(En atavío claro,
con arreglo fino y distinguido aliño,
yo escribí mi verso: un verso blanco,
así ligero y blanco,
que sirviera de regalo de lo que tengo y valgo,
y darle una sonrisa, de nieve y pluma,
a donde al alma, alegre, se explaye y diga:
Mi sonrisa: ¡A tu blanca bruma!)

¡Nieve, espuma, travesía y garbo al que mi mano toca!
¡Tócame de coral y esponja y que la brisa a ti te escoja!


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