Emiliano Zapata
Emiliano Zapata
I
(Libertad)
Yo vivo con la ventana abierta.
Un día un hombre sintió la tierra,
con su mano abierta bajó a tocarla
y fue juntándole polvo a polvo,
grano a grano, partícula a partícula.
Se le acercó otro hombre y le fue adhiriendo,
como otro grano, como otra parte,
como un fragmento del polvo y llano.
Se le acercaron más y les fue agregando:
grano en los granos, polvo en los polvos,
tierra en la tierra.
Juntó más pueblos, comunas y asentamientos.
Y ya su puño, repleto de ellos,
lo fue cerrando y lo fue curtiendo.
Y cuando firme sintió su mano,
abrió su puño, rasgó en el surco,
clavó sus dedos, y a los hombres los fue extendiendo.
Y ya sembrados tocó al primero,
le dio una pala y el polvo entero, y dijo: ¡hablad!
Yo vivo con la ventana abierta.
¡Pasad!
II
(El Plan de Ayala)
Soy la tierra.
En mi sangre corren las centurias,
los volcanes que se abrieron en racimos al sembrarlos,
los carbones metálicos y las herramientas
llenas de harapos, de llagas, de úlceras golpeadas en los surcos,
en las catedrales de arena y sudores,
en las páginas de cada piedra evidenciada.
Soy la huerta de un pedazo de la historia:
su grito de hambre y sus bocas de batalla,
el polvo en vez de harina en la montaña,
el licor del rocío en la copa ausentada.
Por mis letras corren comuneros:
los padres ancestrales al metal encadenados
y los jinetes de un sol insurrecto en el arado.
Yo soy la tierra: el pan que prende y su semilla,
la ruta sin mentiras que anduvo desterrada
y fue a la patria primero a buscarse una bandera;
la que proclamó la geografía
y arrancó los antiguos corazones,
los añejos y cobrizados corazones,
los invencibles y puros corazones
para darlos a la vida;
a ellos, a todos ellos,
a cada uno,
a cada quien,
a todos,
a nosotros todos,
a los miserables,
a los hombres,
a los desheredados y a los colmados,
a los hijos insepultos de la historia:
¡Libertad!
¡Liber
tad!
¡Li
ber
tad!
¡Libertad!
III
(Agrarista)
Tengo en la sangre una penca
y emblema de jornalero,
un surco labrado en el pecho
y el trinche sublevando al ranchero.
Por mi sombrero agrarista
y el huarache de liana y cuero,
de cara digo y sostengo:
¡la tierra es lo primero!
Ya nos vemos, agraristas,
con el manifiesto de Zapata.
Ya nos vemos levantando
al maizal y al pueblo entero.
Desde la Villa de Ayala,
hasta Tulyehualco y Topilejo,
se abrieron esos linderos
enseñando los sombreros.
¡Ya carguen todos cananas
en las blusas y en las faldas!
¡Ya recarguen esos cartuchos
en las manos libertarias!
Que no se rajen, rancheros;
que no se rindan, poblados:
por mi sombrero agrarista
la tierra ha de hablar primero.
IV
(As de Oros – el alazán de Zapata-)
Eran las diez y derramaba.
Las diez y el As de Oros giraba:
su crin al suelo, su hocico ya no más relinchaba,
la cuerda rota, el cinturón quebrado
y la espuela de cobre ya silenciada.
En Chinameca sus venas le perforaban.
¡Eran las diez y la tierra no despertaba!
Los azadones quebraban,
las hachas sólo mellaban;
machetes, cual cueros, doblaban y quebrantaban;
los trinches y los rastrillos en nervios se convertían
y se amedrentaban cuando les tocaban.
¡Eran las diez y la tierra no despertaba!
El sol escondía su braza
en la oscura mitad de la hierba
y en los zarapes las tumbas
abrían sus centenarias cadenas.
Allá las plazuelas menguaban
lanzando quejidos y rabias.
Los trenes silbaban, huyendo,
donde nadie les escuchara.
¡Eran las diez y la tierra no despertaba!
¡Eran las diez y no despertaba!
¡Ningún caballo ya relinchaba!
La hacienda su horror en la plaza apostillaba.
Su sangre era de luto y aún salpicaba.
Los muros cortaban cartucho
en las pupilas que un lobo les dilataba.
Las balas zumbaban derramando mazorcas,
acorralando los campos, arrancando las hierbas.
¡Eran de bestias los ojos que aullaban!
¡Eran de odio, crueldad e impudicia!
¡Eran de alimañas los gatillos
que en la hacienda tronaban!
¡Eran las diez y no relinchaba!
¡Ningún caballo ya relinchaba!
Por más que se le moviera,
por más vida que la vida le diera,
por más griterío que le cobijara,
por más señas con las que le zarandeaban;
¡ya no relinchaba!
¡Eran todas las horas y no despertaba!
¡Todas las horas y encadenadas!
¡Todas las horas ya sepultadas!
¡Todas las tierras secas y abandonadas!
¡Todas las muertes muertas y destrozadas!
¡Y no relinchaba!
¡No relinchaba!
¡Ya no relinchaba!
Nota: Estos versos se incorporan a una nueva versión
del poemario “México”, a partir del 15 de octubre,
2010.
Salvador Pliego
El que guste leer alguno de mis libros,
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Si les gusta lo pueden circular entre sus
amistades libremente.
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9 respuestas hasta "Emiliano Zapata"

Verdadera historia de Zapata en bellos versos, gracias Salvador por compartir.FELICIDADES.
Saludos afectuosos.
Leonor.


¡VIVA ZAPATA!. ES EL NOMBRE DE UNA PELICULA QUE VI DE PEQUEÑA.
TODO UN HOMENAJE LE HACES CON ESTAS ENTUSIASTOS VERSOS AL GRAN HÉROE MEXICANO.
UN ABRAZO DESDE VALENCIA, Montserrat


ZAPATA:icono de la libertad. Excelente dedicatoria.
un abrazo


Maravillosa dedicatoria Salvador.
Un abrazo!!!


Conmocionantes y emocionantes poemas, Salvador, donde la fuerza arrolladora de tus versos le hacen el mejor y más merecido honor a Zapata y a su lucha, a tu tierra y a la libertad.
¡Conmovedor! Esa es la palabra…
Un cariño muy grande, querido amigo.
(Había perdido el enlace de tu blog, y te acabo de encontrar en otro espacio amigo 🙂


Vive siempre con las ventanas abiertas…..
…y sobre todo….con ese corazon de poeta
que regala sus versos.


que padre m parecio muy chida


Muchas gracias y mi reconocimiento por su labor cultural al servicio de México

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06/10/2010 a 2:22 pm
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