SALVADOR PLIEGO – POESÍA

Cuando tú me enseñas que dos y dos son algo,
yo aprendo y los cuadro,
los miro en tus labios, en tus manos,
muchas veces en tus ojos reflejados.
Aprendo que el quererte es sumatoria:
tú y yo, los dos, nosotros de la mano,
los ojos correteándonos los labios.
Aprendo de ti, y somos algo:
más que unas bocas, más que miradas;
dos y dos… somos batalla,
y un corazón despierto que nunca calla.

Salvador Pliego

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Hay un olor a manzana que nace en tu piel
y otro sabor a cerezo que hila avellanos para florecer.

Cuando tu voz se aleja de mí,
se descubre ese verso y el miedo del árbol atando alhelíes.
Y hay un olor a ciruelos goteando en las hojas,
cayendo en rodajas, perpetuando un abril;
ahí es que mis manos se pierden de ti.

Como la savia que baja y en las palmas se agota,
en tu garganta un pálido silbo se escapa
para que el celeste lo anide si no está tu boca.
Entonces mis manos se pierden de ti
y es a tus labios que quiero encontrarlos.

Para que yo te siga al sol le persigo,
porque ya noche en el lecho te aguarda,
y ahí es que mis manos, siguiendo tu boca,
se inhiben, y a corta distancia se hunden en ti.

¿Cuánto de ti me he llevado que tu garganta se pierde?
¿Cuánto es que el río llora al correr su torrente?
Y tu voz, preciosa y silente, se aleja del cuerpo, se fuga de ti.
Donde se pierden mis manos tus labios se ausentan,
pero tu boca viene y me lleva, vuelve y me acerca.

Porque es así: entre mis manos, te vas;
pero en tu boca, mi boca te encuentra
para dormirse sonriente, tranquilo, de nuevo en la gloria.

Salvador Pliego

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  • Evocación de pájaros

Todo pájaro tiene la forma de un verso. La palabra lo lleva al aire. Y en la razón de un verbo, gana la altura y vuela. Así evoco en este nuevo libro el canto de la poesía. Para todos ustedes es un placer presentarles esta serie de versos que titulo: Evocación de pájaros.

Para los que gusten leerlo, simplemente darle clic a la imagen del libro y se abrirá en formato adobe (pdf). Espero lo disfrutes y les agrade.

Mis mejores deseos para ustedes.

Salvador Pliego

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No hay pastorcillo en el llano.
No hay manchego en la crin.
En la llanura se escapa
el torillo con su crespón.

¿Por dónde se va la España?
¿A dónde apunta el hurón?
Nísperos de tierra ancha
que se han encomendado a Dios.

Por más que el molino bregue
y el rucio redoble a babor,
salid, España, mirando,
que cabalga ahora el sol.

Limoneros y cerezos:
¿Por dónde se va la España?
En la flor de la avellana
donde se ha escondido Dios.

Salvador Pliego

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Ese espejo tuyo me lleva.
Esa imagen me devuelve.
Es fresco estar en ti por las mañanas.
¿De dónde naces?
¿De dónde vienes?
¿A quién otorgas tu forma preclara de contorno?
Eres la lluvia contoneada y la humedad
esmerilada de las gotas.
Tu perfil fabrica los bordes del amor,
la dermis avivada e inalcanzable que emerge con la noche.
Por tu boca navega la dulzura.
Y al morir y revivir parece que alumbras las estrellas.
Tu gentil forma atardece el corazón y lo hace espuma.
¡Es fresco estar en ti!
Tu efigie se torna mi morada
y el dibujo blanco de tu cara
es el símil del aire en mi alma.
¡Es fresco estar en ti por las mañanas!
Sobre tu estampa el hierro en dulce se proclama;
y suele ser tan dulce,
que es hoja, verde y tallo,
de una flor de azúcar y de agua.
Eres la pulpa de una luna silenciosa.
Tienes la forma del color de la solana
y un ave que saluda y luego canta.
¡Es fresco estar en ti por las mañanas!

Salvador Pliego

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Dúctil y fibrosa abres tus brazos
como si fueras el elixir natural
o la esencia misma de la tierra,
o el coctel sarmentoso y terso
que engulle al verde, al café de las cortezas.

Vienes del nogal sonriente,
o del barniz puro que el lapacho ofrenda
y consagra a sus viveros,
o de las hayas ofertando sus cornisas,
o de los talis regalando sus aceites.

Te llamo: Dulce mía, Amada, Corazón de mi alma.
Y eres esa especie rojiza que el amor decora,
ese amarillento color de cabellera,
ese castaño suave y delicado que baja en tus mejillas,
ese blanco en crema tropical que aroma,
el encolado rosáceo que torna tus muslos
y entrelaza con marrones tu cadera en los vaivenes.

En tu boca se difunde la carpintería
del beso llamativo,
de la enchapada agonía,
de la rama que muestra su trabajo de ebanista.

Yo a veces subo, te picoteo, canto,
hago de tu tronco mi morada.
Y tú abres tus brazos para acogerme
en tu hermosa veta de madera
o para anidarme
en tu violáceo tallo que me embriaga.

Salvador Pliego

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Salí un día en la mañana
y no había cima, altura, cielo.
La cúspide era sombra,
y la sombra un tiempo en desvelo.
Pájaros del azul perdieron su perfección y galanura.
Aves de los riscos precipitaron sus colores al vacío.
Plumajes del atavío, de la decoración y del paisaje,
desordenaron sus telares y sus trinos.
Sólo el canto quedaba en el amor y la madera,
vestido de luminosidad, de viento,
de presagio y horizonte.

¡Oh pájaros del canto y del amor!
Salí un día, una mañana, con el corazón abierto,
y los petreles, los nostálgicos gorriones,
los canarios de ropaje amarillo,
las tórtolas que rondan las milongas,
revoloteaban en mi pecho.
Mi alma era un cielo de pájaros volando.
Mi cicatriz de hombre era una cima de plumajes picoteando.
Toda mi piel era un crepúsculo de silbos y cantores.

No tengo vocación sino de pájaro.
Y aunque el cielo se me cierre ante los ojos,
aunque la mirada no contemple sueño alguno,
mi corazón es un cormorán blanco y va en los vientos.
Todo el espacio es una estela hecha gorriones,
un vecindario de águilas y de pichones,
una parvada cincelando vida y substancia,
levadura aérea incorporándome a la cumbre,
donde el cielo brota, no de arriba, sino de mi alma y su alegría.

Salvador Pliego

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Terrestre tu cuerpo y sobre el fuego,
y limpio el cielo en hervidero.
Tu cuerpo que me inhibe -ebrio estoy y en lis consuelo.
Dos aves tibias, dos plumas a tu vuelo,
dos muslos grávidos rompiéndome,
dos mástiles que revientan
y clavan suavemente su dócil ajetreo.
Dos muslos en cadera que me atan al milagro
de un sesgo puro atajándose en el vientre.
Y el vientre hecho de tibio y dulce aleteo.

Un seno, la ruta de mar antes del vuelo;
y el otro, la vela soplando al estero.
Dos manos anclándose,
dos manos que revientan la tibieza,
dos nudos insertándose en mi pecho:
precisas, en el punto nodal del desenfreno,
en la vorágine de un hacha que percute
el roce de lívido talante
al expandir el gozo y la complacencia hecha arte.

Dos ojos y la boca en arenales,
zarpando, metidos en el ave.
Y el ave siendo ruta marinera
de una boca que se antoja si se besa,
y oferta un par de labios
cual fueran comensales de un prístino sabor
de bellos nardos obsequiados.

Una espalda, dos brazos perpetuados,
y el vientre fresco, indómito en revuelos.
Tus hombros alzan el mapa hasta la cima,
y caen flores durmiendo sus pistilos.
Y nuevamente, ebrio, desinhibido,
se posa mi beso acariciando tus deseos.

Salvador Pliego

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Mi vuelo triste… Y yo cantaba.
Lo que la noche alumbró. Lo que el águila perdía.
A ti, mujer, a ti, en la más profunda acequia de mi alma.
¡Oh trino de pescadores encallados!
¡Oh besos escondidos en la tierra!
¡Oh clandestinidad del pájaro sin vuelo!
Nada se levantó del suelo sino la turbia soledad del cielo.
Y mi corazón fue ese hormiguero de besos.
Tan tuyos y míos, como los brazos atizados,
como las luces de astros en los cuerpos.
¡Ah del elixir que el amor repartió
y que nos sumergió entre cruces de silencios!
¡Ah de las bocas de espadas y sollozantes,
enredadas en las ramas y en las nubes,
en el maíz cortándose a granos,
y que una y otra vez se ensancharon como alas, y volaron!
¡Ah del aroma que fue pólvora y granizo,
y fue lo más dulce del sabor y el sentimiento!
¡Nada!… Ni el amor dejaste, ni los ojos abiertos
de las islas donde anclamos,
ni la levedad del rostro ante el muro de la noche,
ni la corona de tiempo que en mí albergaste y guardaste.
Ahí quedaste, como un fruto en estampida,
como la máquina devorando su polea.
Y mi corazón vuelve y te vuelve… y a veces canta.
Por donde las cordilleras y el rocío se terminan,
mi corazón migra y hace vuelo.
¡Ah, mi canto triste… la noche triste… el viento triste!
Detrás de las corolas aún se escapa un sentimiento.

Salvador Pliego

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¡Ah, marinero!
Giran las trombas sobre las velas,
y las estelas se atan al mástil cual rudas ballenas.
Del mar salisteis ensanchando la borda, arrinconando el anclote,
embistiendo el agua sobre la popa.
¡Salid oleaje a propalar torrenciales!
¡Sacad el brío y que arrase a los mares!

De luz, marinero; de sal, bandoneón;
que se armen las aguas vestidas de azul.
Al mar, marinero; al sol, cormorán.
Y el sable sea ola con filo en la voz.

A punta de fuelles navegáis con gaviotas.
A punta de arpones conquistáis centuriones.
Salid ostras bravas de los arenales,
clavando los garfios, hundiendo puñales,
para desenterrar oro y plata
y navegar, conquistando, la barba de los mil mares.

De cobre sea el muelle, de acero el coraje,
para ir a encallar donde se encuentre la muerte.

¡Salid, marinero!…
Atravesad, navegante,
piélagos montaraces, donde se embarquen los cielos
a la profundidad de los mares,
donde la tierra sea cuña para nuestros arrozales.

De luz, marinero; de sal, bandoneón;
que se armen las vientos con espadones y adargas,
para dejar en las aguas constancia de mar,
para dejar en la tierra estelas de azahares.

Salvador Pliego

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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