SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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Salí un día en la mañana
y no había cima, altura, cielo.
La cúspide era sombra,
y la sombra un tiempo en desvelo.
Pájaros del azul perdieron su perfección y galanura.
Aves de los riscos precipitaron sus colores al vacío.
Plumajes del atavío, de la decoración y del paisaje,
desordenaron sus telares y sus trinos.
Sólo el canto quedaba en el amor y la madera,
vestido de luminosidad, de viento,
de presagio y horizonte.

¡Oh pájaros del canto y del amor!
Salí un día, una mañana, con el corazón abierto,
y los petreles, los nostálgicos gorriones,
los canarios de ropaje amarillo,
las tórtolas que rondan las milongas,
revoloteaban en mi pecho.
Mi alma era un cielo de pájaros volando.
Mi cicatriz de hombre era una cima de plumajes picoteando.
Toda mi piel era un crepúsculo de silbos y cantores.

No tengo vocación sino de pájaro.
Y aunque el cielo se me cierre ante los ojos,
aunque la mirada no contemple sueño alguno,
mi corazón es un cormorán blanco y va en los vientos.
Todo el espacio es una estela hecha gorriones,
un vecindario de águilas y de pichones,
una parvada cincelando vida y substancia,
levadura aérea incorporándome a la cumbre,
donde el cielo brota, no de arriba, sino de mi alma y su alegría.

Salvador Pliego

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(Comparto con ustedes que hace pocos días
se me informó que querían incluir uno de mis
poemas en los libros de texto de Puerto Rico
para la enseñanza del idioma español.
Además de recibir una pequeña gratificación,
es un honor que uno de mis poemas
sirva con esos fines de aprendizaje. El poema es:
Oda a la risa.
Agrego ahora esta nueva serie dedicada
a la sonrisa.
)

LA SONRISA

II
Juro que tengo una proclama invencible
que desafía los inquisitoriales compromisos de lo adverso.
Se titula: el anverso sustancial del no me importa…
¡Y es plena en sonrisas!
Con permiso, es hora de mi vuelo, con canarios,
de las siete de la tarde.

III
Si eso quieres, diré entonces: ¡fiebre!
Y un compromiso navegará en tu cuerpo
con la misma longitud de mi sonrisa.

IV
(Despabilar de la sonrisa)

¿Qué hace mi rodilla en el tambor frenético de vida,
o mi codo esencial en la nubosidad del ¡heme aquí, estoy en pie!,
o mi cuello verídico en la asunción de la desvergüenza,
o mi antebrazo en la tachada de su verbo?

Sea pues, soy fidedigno a mí mismo:
no hay alegría que me gane ni altura que me baje.
Soy mi maligno tejedor de mi propio regocijo.
¿Será por eso que siempre, a hurtadillas, la sincero
sin excusa alguna?

V
Tus ojos son dos paramos de certeza que platican,
que enredan a mis ojos dos iris de sonrisas
y un montón de luces llamadas alegrías.

Salvador Pliego

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Saldrás ahuyentada de mí.
Te irás vociferando con tu espuma de nitrato
y con la misma yugular que siempre cuelgas en los labios.
¡No es tu tiempo! –te diré.
Y te morderé el cuello y el espanto
y todo aquello que cuelgue de tus brazos o tus senos.
¡Hereje, casquivana! – te gritaré donde te encuentre.
Te cortaré la hambrienta mirada
y arrancaré los cofres que muestras en el vientre.
Aunque me ofrezcas el arrobo de tu sexo
y la perpetuidad de tu alquimia,
te miraré de lado, con el gesto en compostura y corpulento.
Ataré entonces el día, la miel del girasol,
alguna estrella inconclusa,
una hebra de cielo y nube,
un ave peregrina llenándose el pico de lunas
y una que otra bruma,
y los meteré a mi talega
para cruzar el sur en su avenida.
No es tu tiempo, muerte,
hoy voy vestido de verso y alegría.

Salvador Pliego

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Suspendidos en el aire los gorjeos,
ecos emblemáticos de un sutil arrobo,
los busca ella por doquier el firmamento…
Mas no sabe que son suspiros revoloteando en su pecho
que de sus ojos parten a volar y a escalar el azul, risueños.

Salvador Pliego

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Tienes un jilguero en la boca
y un goce de luz en la mirada
que en las mágicas mañanas,
a flor de cantos y enramadas,
suben mis ojos al vitral de las copas
en madrigales palpitantes de distancias,
y en la casa pura de los ciruelos y toronjiles,
morada de leñadoras y de gráciles pescadores,
urdes, entre jardineros,
las redes silvestres del aroma y la palabra.

¡Descúbrete!,
que tengo un sentimiento nuevo:
un amarillo y un azul,
un silbido ferroviario de mieles y colores,
un plácido jilguero habitando en mis ojos negros
y un infinito síndrome de vida a quemarropa.
¿Lo agitamos?

Salvador Pliego

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Encuentro un arco iris auto pintándose en medio de la lluvia,
el paso ligero de una eléctrica sonrisa,
los violines corriendo con sus melodías de levante;
más cerca de ti, una perfecta sincronía de ilusiones.

Encuentro que estás, que llueves tus sonrisas,
y yo chapoteo con los ojos la humedad del entusiasmo.
Encuentro que has caído en aguaceros a mi vida
y te quedas salpicando, gota a gota, todavía.

Encuentro que repartes tus caricias con las mías,
y que te amo…
Y un diluvio interminable me remoja de alegría.

Salvador Pliego

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Dichas por perlas tus letras
y un cetro de crema
que apunta y engarza
a mitad de tu boca,
donde un nidal de avecillas
cristalizan sus alas
-rubor de mi dorso si le tocan tus plumas-,
donde un color de gacelas
brincan de hinojos
-azoro en mi sien si siente tu piel-,
donde traban destellos el anís y avellanas
-estupor de mi tacto al barniz del topacio-,
que te pintas el rostro, corazón de amaranto,
y dibujas cosquillas en tildes del geranio.
Por tal alegría, tu beso me arrima,
me vuelve frescura, me lanza a la lluvia,
me aturde de cielos como mil floreros,
me deja en la cumbre pidiendo su rima
y me baja a tus labios, cual chispa y hogaza,
para colorearlos y repintarlos.

Salvador Pliego

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Te amo, ¿qué más?
Y se encierran en tu boca mis palabras
y una a una al pronunciarlas las disfruto.

Sólo tu rostro permanece.
Aquí, en lo alto, no hay vocablos.
Y no es que esconda el nuevo día
pero hay horizontes en que sólo tú te escuchas.

¿Habrá otro canto que te nombre
y que suave, como un verso,
en un rocío a ti te llame?

Te amo, ¿qué más?
Y me encierro entre las notas de tu boca a escucharte,
donde broten esos labios,
donde canten estos besos.

Y aún vibran las campanas sin sonido.
Se percatan de tus labios y difunden como ecos de extravío.
A lo lejos, sí, a lo lejos, aún se expanden sus sonidos.

Te amo… y no dejo de decirlo.
Alejados, como niños, van los besos de la mano.
Sonrojados quizá, sin mirarse, sin quejarse,
van tocándose cual ciclos de cariño.

Y me preguntan: ¿Qué cantan nuestros besos?
¡No lo sé!… Pero me llevan a tu boca, a tu lengua,
y es ahí donde escucho melodías contagiosas.

Una flauta dulce, un violín en llamas
va sonando hasta morirse, va dejando cauda
como aves de alas grises y transforma los espacios
en raudal de querubines.

Te amo, ¿qué más?
Y eres tú la nota que converge aquí en mi día:
ese canto de besos que no expira;
Profundidad de labios que se tocan
y al callarse emiten sinfonías.

Y el tocar tus labios… ¡No sé!…
Es como amarte y transformarse en brisa.
¿Qué más?…
Si es el besarte en la boca mi alegría.

Salvador Pliego


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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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