SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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  • 14 de febrero

Para el amor no hay otro canto más que el amor mismo.
Veinte poemas de amor contiene este nuevo y sencillo libro.

Para los enamorados, espero les guste y lo disfruten.

 

Se puede bajar del link de arriba o de lado derecho del blog.

Salvador Pliego

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Hay un olor a manzana que nace en tu piel
y otro sabor a cerezo que hila avellanos para florecer.

Cuando tu voz se aleja de mí,
se descubre ese verso y el miedo del árbol atando alhelíes.
Y hay un olor a ciruelos goteando en las hojas,
cayendo en rodajas, perpetuando un abril;
ahí es que mis manos se pierden de ti.

Como la savia que baja y en las palmas se agota,
en tu garganta un pálido silbo se escapa
para que el celeste lo anide si no está tu boca.
Entonces mis manos se pierden de ti
y es a tus labios que quiero encontrarlos.

Para que yo te siga al sol le persigo,
porque ya noche en el lecho te aguarda,
y ahí es que mis manos, siguiendo tu boca,
se inhiben, y a corta distancia se hunden en ti.

¿Cuánto de ti me he llevado que tu garganta se pierde?
¿Cuánto es que el río llora al correr su torrente?
Y tu voz, preciosa y silente, se aleja del cuerpo, se fuga de ti.
Donde se pierden mis manos tus labios se ausentan,
pero tu boca viene y me lleva, vuelve y me acerca.

Porque es así: entre mis manos, te vas;
pero en tu boca, mi boca te encuentra
para dormirse sonriente, tranquilo, de nuevo en la gloria.

Salvador Pliego

El que guste leer alguno de mis libros,
lo puede bajar gratis haciendo clic en la
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Si les gusta lo pueden circular entre sus
amistades libremente.

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Ese espejo tuyo me lleva.
Esa imagen me devuelve.
Es fresco estar en ti por las mañanas.
¿De dónde naces?
¿De dónde vienes?
¿A quién otorgas tu forma preclara de contorno?
Eres la lluvia contoneada y la humedad
esmerilada de las gotas.
Tu perfil fabrica los bordes del amor,
la dermis avivada e inalcanzable que emerge con la noche.
Por tu boca navega la dulzura.
Y al morir y revivir parece que alumbras las estrellas.
Tu gentil forma atardece el corazón y lo hace espuma.
¡Es fresco estar en ti!
Tu efigie se torna mi morada
y el dibujo blanco de tu cara
es el símil del aire en mi alma.
¡Es fresco estar en ti por las mañanas!
Sobre tu estampa el hierro en dulce se proclama;
y suele ser tan dulce,
que es hoja, verde y tallo,
de una flor de azúcar y de agua.
Eres la pulpa de una luna silenciosa.
Tienes la forma del color de la solana
y un ave que saluda y luego canta.
¡Es fresco estar en ti por las mañanas!

Salvador Pliego

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Terrestre tu cuerpo y sobre el fuego,
y limpio el cielo en hervidero.
Tu cuerpo que me inhibe -ebrio estoy y en lis consuelo.
Dos aves tibias, dos plumas a tu vuelo,
dos muslos grávidos rompiéndome,
dos mástiles que revientan
y clavan suavemente su dócil ajetreo.
Dos muslos en cadera que me atan al milagro
de un sesgo puro atajándose en el vientre.
Y el vientre hecho de tibio y dulce aleteo.

Un seno, la ruta de mar antes del vuelo;
y el otro, la vela soplando al estero.
Dos manos anclándose,
dos manos que revientan la tibieza,
dos nudos insertándose en mi pecho:
precisas, en el punto nodal del desenfreno,
en la vorágine de un hacha que percute
el roce de lívido talante
al expandir el gozo y la complacencia hecha arte.

Dos ojos y la boca en arenales,
zarpando, metidos en el ave.
Y el ave siendo ruta marinera
de una boca que se antoja si se besa,
y oferta un par de labios
cual fueran comensales de un prístino sabor
de bellos nardos obsequiados.

Una espalda, dos brazos perpetuados,
y el vientre fresco, indómito en revuelos.
Tus hombros alzan el mapa hasta la cima,
y caen flores durmiendo sus pistilos.
Y nuevamente, ebrio, desinhibido,
se posa mi beso acariciando tus deseos.

Salvador Pliego

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Mi vuelo triste… Y yo cantaba.
Lo que la noche alumbró. Lo que el águila perdía.
A ti, mujer, a ti, en la más profunda acequia de mi alma.
¡Oh trino de pescadores encallados!
¡Oh besos escondidos en la tierra!
¡Oh clandestinidad del pájaro sin vuelo!
Nada se levantó del suelo sino la turbia soledad del cielo.
Y mi corazón fue ese hormiguero de besos.
Tan tuyos y míos, como los brazos atizados,
como las luces de astros en los cuerpos.
¡Ah del elixir que el amor repartió
y que nos sumergió entre cruces de silencios!
¡Ah de las bocas de espadas y sollozantes,
enredadas en las ramas y en las nubes,
en el maíz cortándose a granos,
y que una y otra vez se ensancharon como alas, y volaron!
¡Ah del aroma que fue pólvora y granizo,
y fue lo más dulce del sabor y el sentimiento!
¡Nada!… Ni el amor dejaste, ni los ojos abiertos
de las islas donde anclamos,
ni la levedad del rostro ante el muro de la noche,
ni la corona de tiempo que en mí albergaste y guardaste.
Ahí quedaste, como un fruto en estampida,
como la máquina devorando su polea.
Y mi corazón vuelve y te vuelve… y a veces canta.
Por donde las cordilleras y el rocío se terminan,
mi corazón migra y hace vuelo.
¡Ah, mi canto triste… la noche triste… el viento triste!
Detrás de las corolas aún se escapa un sentimiento.

Salvador Pliego

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Pronunciamiento

Te diré, mis vocales comienzan con “Mi cielo”.
Pero, mi alfabeto es mil veces más profundo y delicado:
comienza con un beso y termina con “Te quiero”.

Estrategia al besarte

La estrategia de mis labios
no es tocarte, no es rozarte;
en un rincón de tu alma,
donde gustes, donde quieras,
sacar el fresco de la tarde…
y besarle.

Crepúsculo

¿Eres el cielo? –Le pregunté.
A veces –Me respondió.
Apagué entonces la luz
y clavé en ella mis ojos para ver el amanecer.

Extasiado

En esa, la avenida de las aves,
me maravillaba ver abrirse
la cola majestuosa de los pavorreales.
Pero, el día que una de ellas se despojó
de plumas, de aretes y prendas interiores,
mis iris se alumbraron
y, emocionados, se llenaron de plumaje, alas…
y fueron a cubrirle.

Salvador Pliego

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Beso tu boca.
Sobre las cuerdas de una viola se agotan las mudas horas.
Los tactos truecan, relampagueantes,
sonidos leves, besos de aves,
tinieblas pardas que se enrojecen
y en los semblantes tiemblan o palidecen.

Beso tus labios.
El roce acalla los dos perfiles.
Y en esas torres que nacen de los suspiros
recuesta el gozo el halo de un chasquido.
Te rozo entonces un labio para apreciarlo,
para que escape el dolor del beso,
para que irrumpa el sabor de un mundo.

Froto tu lengua… Tu dulce lengua.
Cruzo el amor al borde: lo impredecible, lo inagotable.
Bajo tu lengua duerme la noche.
Sobre tu lengua atraca el desliz de un hombre,
se esfuma el cielo, se anega un beso.
Junto a tu lengua mi lengua duerme.

Toco tu beso:
como se muerde el grano y es sal de llanto,
como se ondea el latir cuando naufraga el pecho.
¡Y con ese beso me arde, cual sol, el mar adentro!

Toco tu beso… ¡Bendito beso!
Y dejo al alma junto a esos labios
que tienen miedo a ser tocados,
que tienen rabia si son soltados.

Libo tu beso.
Y en el celeste trigal de mi alma
sabe mi boca lo que es la flor cuando se toca el cielo.

Salvador Pliego

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Sirenida de azules, Hojarasca, Pecho blanco:
entras en mí de cualquiera de las formas.
¿O he de llamarte Pájaro ecuestre, Paloma clariverde,
Niebla transpirada?

Te sentí la lágrima cuando en mis ojos
y el corazón de grillo me cantaba.
También tu piel mis cavas albergaban.

¡Oh! niña de las lámparas que emigran a mi casa
y en ellas el brillo es una miel encapsulada en tu espalda:
Te sentí la lágrima…
Y era un beso de amaranto bebiéndose mi alma.

Salvador Pliego

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La noche canta. ¡Es todo!
La piel aviva el fuego de la estrella
y el pájaro se pierde en la otredad del cielo.
Como una sombra oscura se mece el firmamento.
Y de tus ojos negros, abiertos, nacen las islas del deseo.
Vestida como el mundo, como el canto y el retorno,
abres los quicios de la nada y las bodegas equidistantes de lo incierto.
En la imaginación del alma tu vientre me recuesta
y de tu pecho emana la luz de mis caprichos.

La noche canta. ¡Es todo!
Mi boca explora su murmullo: te quiero.
Y en el beso profundo e irrepetible
me dices que hemos muerto en la tumba de los brazos.
Desde las tinieblas me ofreces el labio puro de la vida.
La noche canta. ¡Es todo!
En la tregua de mareas los cuerpos resucitan
y un nuevo beso reclama los caprichos
abriendo sus alas como fuego.

Un perfume de besos se escapa hacia los cielos
y los cuerpos se atan cual occisos moribundos.
Yo soy la muerte -te digo.
Yo soy la vida -respondes.

La noche canta. ¡Es todo!

Salvador Pliego

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Ignoro si el destello es resplandor de coqueteo.

Asumo que tienes algo por adentro:
canto, verdor o un simple centelleo.
Presumo llevas el tango entre las corvas,
la milonga en las puntas.
Predigo que hay un viaje de luces incoloras
tiñéndose de trigo por donde te paseas.

De cualquier forma,
hay una reacción franca e inmediata
cuando te veo:
me expandes y alborotas.

Salvador Pliego

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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