SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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Hay un olor a manzana que nace en tu piel
y otro sabor a cerezo que hila avellanos para florecer.

Cuando tu voz se aleja de mí,
se descubre ese verso y el miedo del árbol atando alhelíes.
Y hay un olor a ciruelos goteando en las hojas,
cayendo en rodajas, perpetuando un abril;
ahí es que mis manos se pierden de ti.

Como la savia que baja y en las palmas se agota,
en tu garganta un pálido silbo se escapa
para que el celeste lo anide si no está tu boca.
Entonces mis manos se pierden de ti
y es a tus labios que quiero encontrarlos.

Para que yo te siga al sol le persigo,
porque ya noche en el lecho te aguarda,
y ahí es que mis manos, siguiendo tu boca,
se inhiben, y a corta distancia se hunden en ti.

¿Cuánto de ti me he llevado que tu garganta se pierde?
¿Cuánto es que el río llora al correr su torrente?
Y tu voz, preciosa y silente, se aleja del cuerpo, se fuga de ti.
Donde se pierden mis manos tus labios se ausentan,
pero tu boca viene y me lleva, vuelve y me acerca.

Porque es así: entre mis manos, te vas;
pero en tu boca, mi boca te encuentra
para dormirse sonriente, tranquilo, de nuevo en la gloria.

Salvador Pliego

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Beso tu boca.
Sobre las cuerdas de una viola se agotan las mudas horas.
Los tactos truecan, relampagueantes,
sonidos leves, besos de aves,
tinieblas pardas que se enrojecen
y en los semblantes tiemblan o palidecen.

Beso tus labios.
El roce acalla los dos perfiles.
Y en esas torres que nacen de los suspiros
recuesta el gozo el halo de un chasquido.
Te rozo entonces un labio para apreciarlo,
para que escape el dolor del beso,
para que irrumpa el sabor de un mundo.

Froto tu lengua… Tu dulce lengua.
Cruzo el amor al borde: lo impredecible, lo inagotable.
Bajo tu lengua duerme la noche.
Sobre tu lengua atraca el desliz de un hombre,
se esfuma el cielo, se anega un beso.
Junto a tu lengua mi lengua duerme.

Toco tu beso:
como se muerde el grano y es sal de llanto,
como se ondea el latir cuando naufraga el pecho.
¡Y con ese beso me arde, cual sol, el mar adentro!

Toco tu beso… ¡Bendito beso!
Y dejo al alma junto a esos labios
que tienen miedo a ser tocados,
que tienen rabia si son soltados.

Libo tu beso.
Y en el celeste trigal de mi alma
sabe mi boca lo que es la flor cuando se toca el cielo.

Salvador Pliego

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Satín y gloria, perfume fresco, arrebol e incienso.
De punta el baile y tu cintura endeble.
El amor a un paso: fugado, besado y arrebatado.
Serpentina de aire, bocanada y soplo
que en los brazos fluyen y vibran exhalando allá en lo alto.
Tremolina que me envuelve al colgarme de tu cuello
y el resuello de tu boca en mi boca hecho jadeo.
Tras tus encarnados labios doblo el cuerpo en zapateado vuelo.

Y ese faro que te mira…
Silenciado ante el redoble paso,
al paso de tu aliento en que me baila el alma
y me salpica la melancolía.
Rubor de gaita y perla fina,
¡tan sólo a un paso de tu boca!

Y tu sonrisa peca en mí como abstraída.
Y mi arrebato sufre en ti desesperado.
¡Que se fuga el beso!
¡Que se esfuma el viento!
¡Que se pierde el día!
El amor a un paso…
¡Ah!… Acallado y ciego, despojado y mudo,
seducido y tierno.
Y tú, entre las sombras… a la luz de un faro.

En la más fugada e intermitente estrella,
la noche te habla y tu corazón palpita.
El amor se prende como el faro viejo que en tinieblas duerme.
Y yo, a sólo un paso de tu boca,
bailo un sueño en el mínimo espacio de tus brazos,
al compás del viejo faro,
al compás de tus albricias,
suspirando melodías.

En la vastedad de mi alma emerge tu sonrisa… y bailo.

 

Salvador Pliego

 

 

..

 

 

Murmura el mar…
Eco y resonancia de una gota cristalina.

Murmura el mar…
Y me hinco entonces en su arena.
¿Me entiendes? -Le platico.
Te hablo de ella…
Bajo tu azul mirada sus ojos cristalinos reverberan.

Te hablo de ella…
En la profundidad su boca.
En la distancia su silueta inquieta.
Y el horizonte que se acerca cuando siento que me toca.
¿Me entiendes si te digo que mi boca saborea?

Mar, ¡qué hermosa es ella!
Pálida, en tu cuesta, una ostra
de coral se viste, se descubre y se recuesta,
y a lo lejos, con la bruma,
su aperlada orilla a mí me mira…
¿Qué dirá de mí?
En la arena, de hinojos, platicándote de ella…

¿Tú me entiendes que su rostro
es vitral de tu marea?
¿Que sus ojos son tu lejanía
y se dibujan resguardándose
en tu abultada cabellera?

Mar, ¡qué linda es ella!
Hay gotas que en la orilla,
tan sólo por sentirlas,
volatizan y sonrojan
y en sus labios se extasían.

Te platico que sus besos…
Mar, ¡hay besos como ella!

¿Tú me entiendes?

Murmura el mar…
Y me hinco ante su arena.

 

Salvador Pliego


Miro hacia arriba.
Me recuesto en esa aurora que un día nació bajo mis manos.
Y soy esa galaxia sembrada al infinito,
constelada con el tiempo,
cósmica y callada.
No brotaron de mis ojos más estrellas
que aquellas que miraron.
Y hubo polvo, ¡no sé cuánto!,
gravitando y forjándose en mis manos.

Ruge el mar: un vientre azul, distante,
y una mano recostada en tu pecho.

Ruge el mar: nébula astral y gravitada.
Y voy soñando como nave
que conoce sólo un camino:
que se entierra en besos,
que se esconde en paladares
suaves y aclamados por los vientos.

Y soy yo:
esa galaxia de calandrias,
ese azul de codornices
embebido y naufragado;
Cielo rítmico de versos que se explaya
por ponerlos en tu boca.
Soy yo:
soñando levaduras,
rascacielos matutinos,
tus labios y tus besos,
tus ojos y tus senos.

Me acurruco nuevamente…
Y sólo quedan los suspiros.
Y sólo queda tu belleza boca arriba
y mi mano en tu cuerpo, respirando,
soñando, suspirando,
durmiéndose en tu vientre,
soñando que hay azules.

Voy a sacar la primavera de tus ojos.

 

Salvador Pliego

 

Gracias a todos los que me han hecho llegar sus felicitaciones.

Te amo, ¿qué más?
Y se encierran en tu boca mis palabras
y una a una al pronunciarlas las disfruto.

Sólo tu rostro permanece.
Aquí, en lo alto, no hay vocablos.
Y no es que esconda el nuevo día
pero hay horizontes en que sólo tú te escuchas.

¿Habrá otro canto que te nombre
y que suave, como un verso,
en un rocío a ti te llame?

Te amo, ¿qué más?
Y me encierro entre las notas de tu boca a escucharte,
donde broten esos labios,
donde canten estos besos.

Y aún vibran las campanas sin sonido.
Se percatan de tus labios y difunden como ecos de extravío.
A lo lejos, sí, a lo lejos, aún se expanden sus sonidos.

Te amo… y no dejo de decirlo.
Alejados, como niños, van los besos de la mano.
Sonrojados quizá, sin mirarse, sin quejarse,
van tocándose cual ciclos de cariño.

Y me preguntan: ¿Qué cantan nuestros besos?
¡No lo sé!… Pero me llevan a tu boca, a tu lengua,
y es ahí donde escucho melodías contagiosas.

Una flauta dulce, un violín en llamas
va sonando hasta morirse, va dejando cauda
como aves de alas grises y transforma los espacios
en raudal de querubines.

Te amo, ¿qué más?
Y eres tú la nota que converge aquí en mi día:
ese canto de besos que no expira;
Profundidad de labios que se tocan
y al callarse emiten sinfonías.

Y el tocar tus labios… ¡No sé!…
Es como amarte y transformarse en brisa.
¿Qué más?…
Si es el besarte en la boca mi alegría.

Salvador Pliego

¿Qué quieres?
Sobre el azul del mar despiertan las palabras
y el piélago cae como arena en su rostro.

¿Qué quieres?
Y ella dijo:
Que me leas…

Y al abrir sus ojos, de sus iris, le leí un poema:
“Tras los restos infinitos de la aurora…”
Y al cerrar sus ojos, me cubrí con ella.

¿De dónde el verso?
¿En qué tinta la arena crispa y graba?
Y el canto que se prende como un grito del cincel pulido.
Allá, en la noche, el aplomo del ave se persigna
y canta con su llanto sin que nadie le intimide.
Hay recuento de pájaros y alas.
Hay vestigios de tardes y de auroras.

¡Oh, poeta!
Cristal del fuego y del vacío.
Cueva desigual de la vela y del marino.
Fue el verso su boca humedecida.
Fueron sus manos el roce y las teclas
donde el bardo sus escritos de sonido acumulaba.
El altar del poeta: su musa y su marea.

¿De dónde el verso?
¿De dónde el canto?
Si sólo ella.

¿Qué quieres?

Y al abrir sus ojos, de sus iris, la poesía…

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”*

*Verso de Pablo Neruda.
20 poemas de amor y una canción desesperada.
Poema 20.

 

Salvador Pliego.

 

 

¡Ah  seductora y cautivante!

Aún con tus callados ojos negros

emerges de la noche entre mis manos.

Eres como el fuego voraz de la planicie,

como el hierro incandescente

vertiéndose en vasijas.

 

El intrépido anhelo y deseo me vuelca

hacia tu amor y nido,

mientras tú, callada, miras las sombras de la noche.

 

Se interrumpen los fragores sigilosamente

y al caer la oscuridad

resuenan los poemas en el vértice de tus oídos

y naces nuevamente silente entre mis brazos.

 

¡Ah de tu silencio que es el ansia de mi cuerpo!

¡Ah de tu boca que guarda las palabras!

La mirra hecha perfume,

el aceite suave de la lejanía,

el osado crepúsculo observante.

 

Y tú, muda, expectante,

sin mover siquiera el rosario de tus manos,

me llenas con tus ojos

en la penumbra del desvelo y de la guardia.

 

¡Ah de tu silencio entre mis labios!

Tu boca silente y plena de la noche en que desvivo.

 

Salvador Pliego

 

Cresta sinuosa de azul tonadilla
en la brisa que toca y luego acaricia,
derrama el paisaje y ¡ay!,
desliza sus besos con tanta delicia.
Flotan curiosas sus bellas flotillas:
las nubes de mimbre, las aves cantoras,
frondosas guirnaldas y del viento sus rosas.
Se van como velas, se llenan de aromas
y a veces risueñas hacen sus cabriolas.

Pintadas sus gamas, amadas sus caudas,
sembradas de aires sobre las montañas,
cargando sus plumas de claras fragancias,
llenando las copas de gotas preñadas.

Se van sobre picos sonrisas
que emanan galantes sus alas:
copiosas y abiertas, de lunas tatuadas,
tocando suspiros que brillan cual hojas
por cada lucero que irrumpe en mañanas.

¡Ay!
Volando destellan, volando se escapan,
los sueños del alma que nunca se acaban.
Volando cual blancas, cual blancas gaviotas,
que alumbran las rutas por siempre deseadas,
como un par de novios que nunca se agotan.

Volando los sueños, volando las almas,
se llenan de amores y nunca se acaban.
Y un día que se tocan
¡ay!
se juntan las alas para enamorarlas.

Salvador Pliego

 

Llega tu vientre y bebo.
Baja tu boca y sorbo.
Desde tus ojos río, sufro y devoro.
Junto a tus manos ese desliz de brisa yo lo incorporo.
Subo a tu frente y ahí, en tus poros,
voy, me declaro  y luego me escondo.
Y un solo beso todo lo prende,
todo acapara, todo retiene;
se vuelve frágil tu lengua y cato
lo que en tu boca de ti desprende.
Vuelvo sobre tu dorso fecundo y labro
lo que en un soplo formulo y dejo:
dos labios sobre tu vientre,
los que estremecen…
los que con besos sólo te entienden.

Salvador Pliego

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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