SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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Sobre la tierra se prende un jinete que corre.
La luna desata sus manos y enseña navajas
al estruendo de un duro galope.

El berrido de sombras se desplaza para no desbocarse,
y las amarras sujetan al corcel que se enfila en recta
hacia la perene hondonada.

Un relincho asecha a la noche.
Sobre la montura, un crespón se levanta en bandera,
y el polvo olfatea el abismo
que al caballo le jala y alcanza.

En el aire, las herraduras se crispan
y caen como galopes en llamas,
cuando, desde la noche, la luna desata sus manos
y, mostrando navajas, al jinete le abrazan… redoblando su marcha.

Salvador Pliego

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Azul de la noche, azul de la luna,
se avive la flama, se queme la mirra,
se alumbren farolas sobre la avenida.

Que se prenda La Maja desnuda.
Que se prenda la luna en la altura.
Debajo del fuego se encienda la duna.
Debajo del cielo se escuche la rima.

Que se prenda La Maja,
que se prenda desnuda.
Que me lleve a la gloria,
que me enfile a la dicha.

Que se prenda la luna de azul maravilla.
Que se prenda la noche con tu cuerpo de diva.
Azul de la alcoba, azul de la aurora,
que me encienda la noche La Maja desnuda.

Salvador Pliego

 

 

Horizonte de noche Mixteca,

sierra de bronce y del Lerma rodeada.

Talud de la tierra su verdes montañas;

Ladera de ocote su abierto paisaje.

El pastor a su flauta le sopla

y le llama a su oveja en el monte extraviada.

Olor de quejido de un flautín afligido,

el pastor va de gritos rastreando al ovino.

 

Cobre que nace del cieno,

cascabel que suena y que repta:

raíces de un niño dolido,

del llamado que no responde el balido.

 

Pastor: ¡Deja a la Virgen salir de la luna;

Deja que salga y te duerma en su cuna!

Flautín de tierra morena, pesar del alma que lleva.

Pastor que toca la flauta

y siente el pitido que ya no le suena.

 

Correas que son de cuero, del cuero del vertedero,

donde se quedan mirando los ojos ya sin consuelo.

Y aunque la luna sea blanca,  no brilla ya sin la charca.

 

Pastor que su pena sopla, que llora su flauta de hoja;

huipil salido del valle con lágrimas tejedoras;

hilaza de caña fresca zurciendo tristeza en el alma.

 

Pastor: ¡Deja a la Virgen salir de la luna;

Deja que salga y te duerma en su cuna!

Dolor que llevas y embriaga,

llovizna de fuego que horada y no sana.

 

Pastor:

¡Deja a la Virgen que te abra,

que te abra la bruma

y te lleve a su cuna!

 

Salvador Pliego

 

 

Era un poeta que soñó la luna

y la guardaba en la palma de la mano,

y nunca abría el puño

para que no se le escapara.

Y todas las mañanas al sol le platicaba

de la luna parda

que escondida estaba en su ventana,

y de la ardilla calva

que del árbol se colgaba

y con ella recitaba.

 

Era un poeta que al corazón besaba

y de sueño en sueño

las barbas le mojaba,

y sentía que volaba

cuando sus latidos le pulsaban.

 

Era un poeta que subía a la cruz

en su escalera,

para bajar al cristo de su cabecera,

y le rezaba y le rogaba

que se fuera al mar,

al que siempre le miraba.

 

Y de lejos señalaba

la barca azul dorada

donde a veces se embarcaba.

Y navegaba y navegaba

hasta alcanzar la curva

en que la mar se desbordaba.

 

Era un poeta que se perdió en la mar

y su voz versaba

cuando la ola reventaba.

Y se escuchaba siempre

porque a mí  me despertaba,

y se escuchaba siempre

porque fuerte a la barca le remaba.

 

Y al estar en ella

sacaba un verso

de la vela que soplaba

o del mástil que apuntaba

hacia el espacio que miraba.

 

Era un verso carmesí y plata

que alumbraba,

un anhelo del alma que escapaba,

un suspiro tan sólo que del cielo murmuraba.

Era un verso tan bonito

que a mí me ilusionaba.

 

Era un poeta, era un poeta

que a la mar cantaba

y a la ola le besaba

y me dejaba absorto cuando le escuchaba.

 

Era un poeta que me enamoraba,

que se fue en la cresta

cuando el viento le soplaba,

que se fue a la mar

en la ola que soñaba,

que se fue a la nada

en la espuma que le amaba.

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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