SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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Video de Amelia Prieto. Poema de Salvador Pliego.

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Azul de la noche, azul de la luna,
se avive la flama, se queme la mirra,
se alumbren farolas sobre la avenida.

Que se prenda La Maja desnuda.
Que se prenda la luna en la altura.
Debajo del fuego se encienda la duna.
Debajo del cielo se escuche la rima.

Que se prenda La Maja,
que se prenda desnuda.
Que me lleve a la gloria,
que me enfile a la dicha.

Que se prenda la luna de azul maravilla.
Que se prenda la noche con tu cuerpo de diva.
Azul de la alcoba, azul de la aurora,
que me encienda la noche La Maja desnuda.

Salvador Pliego

Claroscuros de mi mente
se forman al tocarte,
al blanco que arranca tu cuerpo extasiado.
Revelada la silueta
y develada mirada serenada.

Surgen de mi mente
manos amarillas palpitando aceleradas,
mejillas y muslos combinados,
péndulos con aretes y brillantes,
pechos sedentarios
y amores desbocados.

Te tengo en mi mente
para no rasgarte nunca
y palpito con latidos de dicha insospechada.
Llevo la sonrisa a flor de día
con ideas de colores y tu piel morena.
No se borra en mi memoria,
ni se nubla a la distancia.
Siento la felicidad en cada pensamiento
y te siento singular al forjarte entre mis manos.
Mi corazón revienta henchido y satisfecho.

Eres la delicia hecha flor a la mañana,
eres la pasión de todo infinito,
de todo contemplado, de todo tiempo prolongado.
Arden las ideas con tu cuerpo figurado,
germinan iracundas las palabras y los verbos,
renacen pueblos conquistados,
derrumbes y glaciares,
y a ti sólo te toca mi mente almidonada
con el éxtasis de hombre enamorado.

De los lóbulos pletóricos del amanecer y la mañana,
de la noche trastocada,
de los cuerpos flotantes, ungidos,
y trenzados y acuerpados;
de los músculos abiertos
como mariposas no alcanzadas:
A ti te debo mi estelar sonrisa, galáctica e infinita;
A ti se debe mi ilusión específica y concreta;
En ti me amarro cada día y cada hora
a lo profundo del amor ilimitado.
Amada y más amada,
mi mente se aclara en tu figura.

Salvador Pliego

 

 

Horizonte de noche Mixteca,

sierra de bronce y del Lerma rodeada.

Talud de la tierra su verdes montañas;

Ladera de ocote su abierto paisaje.

El pastor a su flauta le sopla

y le llama a su oveja en el monte extraviada.

Olor de quejido de un flautín afligido,

el pastor va de gritos rastreando al ovino.

 

Cobre que nace del cieno,

cascabel que suena y que repta:

raíces de un niño dolido,

del llamado que no responde el balido.

 

Pastor: ¡Deja a la Virgen salir de la luna;

Deja que salga y te duerma en su cuna!

Flautín de tierra morena, pesar del alma que lleva.

Pastor que toca la flauta

y siente el pitido que ya no le suena.

 

Correas que son de cuero, del cuero del vertedero,

donde se quedan mirando los ojos ya sin consuelo.

Y aunque la luna sea blanca,  no brilla ya sin la charca.

 

Pastor que su pena sopla, que llora su flauta de hoja;

huipil salido del valle con lágrimas tejedoras;

hilaza de caña fresca zurciendo tristeza en el alma.

 

Pastor: ¡Deja a la Virgen salir de la luna;

Deja que salga y te duerma en su cuna!

Dolor que llevas y embriaga,

llovizna de fuego que horada y no sana.

 

Pastor:

¡Deja a la Virgen que te abra,

que te abra la bruma

y te lleve a su cuna!

 

Salvador Pliego

 

 

Simiente de pájaros, en mi costado hierves y te nutres.

Eres un altar de trigos,

la parte más blanca de tu cuerpo

y a la vez la más profunda y bella.

 

Pozo abierto y dulce:

entrar en ti era hurgar un cañaveral verde,

el  grano en postre, la semilla rica en albumen,

el racimo cortado en ramillete.

En ti encallaban más de mil muelles sin tocarse.

Yo mismo naufragaba y ahí mismo navegaba.

 

¡Ah, hermosa, hermosa!,

de tu cavidad veía la tierra:

lejana  y sorprendente,  perdida como el cielo,

volada como el alma, atajada por el tiempo.

¡Cuántos cisnes en tu vientre vi volando!

Y la sabiduría se encarnaba en tu dulzura:

Era la aventura y el deseo;

Era traficar con besos en secreto.

De ahí partían los buques al estero.

De ahí la flor se abría en el invierno

y el calor que profería  humedecía mis labios a su encuentro.

 

¡Cuántas cuevas y aventuras!

Los pólipos abiertos y las mareas sosegadas.

Eran aguas turbulentas las que te bañaban.

Y la calma precedida era el cardumen reagrupándose

para abrirse de nuevo en estampida.

Todo, todo se centraba en ti como una red de plumas,

como un escaparate abierto de cristal obscuro.

 

¡Cuánta belleza y cuánta forma!

Era empalagarse y ceñirse a tus encantos,

y en mi boca saturada de sabores

partir del centro a tu belleza:

Eres hermosa…

¡Radiantemente hermosa!

¡Aterradoramente hermosa!

Y ahí mismo naufragaba…

 

¡Qué ganas de mirar tus ojos!

Me hinco en tu pupila por tocarlos

y el otoño se deshoja por rozarlos

cuando se abren en sus ramas.

 

¡Qué ganas de mirarte toda!

Nacer desde tus manos

a la suavidad del pétalo,

a la frescura de un manzano

que se endulza desde el árbol,

a la hermosura de tu encanto.

Saborear la danza, como el colibrí,

que en su cotidiano aletear

seduce a la flora: le habla,

la corteja y la bendice.

 

¡Qué ganas de besarte toda!

Tener la boca que refresca y ama

y seduce y sólo a mí me llama

porque habla de mi boca.

 

¡Qué ganas de sentirte toda!

Y regalarte un beso cuando oigo

la palabra que me nombra

y me vuelve dócil en tu aroma.

 

¡Amor! Me llamas y trastocas,

me agitas y emocionas,

me vuelves todo y nada

y no encuentro más respuesta que mi boca.

 

¡Qué ganas de tocarte!

¡Qué ganas de palparte!

Vibro y siento los latidos

y no hay respuesta más allá

que mi boca que te toca.

¡Qué ganas de besarte!

¡Qué ganas de besarte toda!

 

Salvador Pliego.

 

 

¡Ah  seductora y cautivante!

Aún con tus callados ojos negros

emerges de la noche entre mis manos.

Eres como el fuego voraz de la planicie,

como el hierro incandescente

vertiéndose en vasijas.

 

El intrépido anhelo y deseo me vuelca

hacia tu amor y nido,

mientras tú, callada, miras las sombras de la noche.

 

Se interrumpen los fragores sigilosamente

y al caer la oscuridad

resuenan los poemas en el vértice de tus oídos

y naces nuevamente silente entre mis brazos.

 

¡Ah de tu silencio que es el ansia de mi cuerpo!

¡Ah de tu boca que guarda las palabras!

La mirra hecha perfume,

el aceite suave de la lejanía,

el osado crepúsculo observante.

 

Y tú, muda, expectante,

sin mover siquiera el rosario de tus manos,

me llenas con tus ojos

en la penumbra del desvelo y de la guardia.

 

¡Ah de tu silencio entre mis labios!

Tu boca silente y plena de la noche en que desvivo.

 

Salvador Pliego

 

Cresta sinuosa de azul tonadilla
en la brisa que toca y luego acaricia,
derrama el paisaje y ¡ay!,
desliza sus besos con tanta delicia.
Flotan curiosas sus bellas flotillas:
las nubes de mimbre, las aves cantoras,
frondosas guirnaldas y del viento sus rosas.
Se van como velas, se llenan de aromas
y a veces risueñas hacen sus cabriolas.

Pintadas sus gamas, amadas sus caudas,
sembradas de aires sobre las montañas,
cargando sus plumas de claras fragancias,
llenando las copas de gotas preñadas.

Se van sobre picos sonrisas
que emanan galantes sus alas:
copiosas y abiertas, de lunas tatuadas,
tocando suspiros que brillan cual hojas
por cada lucero que irrumpe en mañanas.

¡Ay!
Volando destellan, volando se escapan,
los sueños del alma que nunca se acaban.
Volando cual blancas, cual blancas gaviotas,
que alumbran las rutas por siempre deseadas,
como un par de novios que nunca se agotan.

Volando los sueños, volando las almas,
se llenan de amores y nunca se acaban.
Y un día que se tocan
¡ay!
se juntan las alas para enamorarlas.

Salvador Pliego

 

Prométeme una sonrisa franca, abierta,
necesaria y tácita al vivirla;
unos ojos que al abrirlos
me repitan que soy miembro permanente
de un rostro que cautiva.

Prométeme que afuera,
cuando vayas por las calles,
irás diciendo a todos
que somos ya pareja,
que no importan latitudes,
mucho menos geografías,
si en el pecho se reflejan
nuestras férreas voluntades.

Más allá de ti
o en ti misma es que lo capto,
aunque nada es perfecto y todo es perfectible,
será que siempre entiendo
las razones de tu encanto,
será que todo es forma
o parte que te aclamo,
y hay veces que hasta sombras
las confundo y las venero
presintiendo que hubo algo
que dejaste a tu paso.

Prométeme que hay algo,
como sea que lo nombres,
que es algo contagioso,
a veces algo dulce,
a veces sorpresivo;
total que siempre hay algo
descubriéndose a tu lado.
Y por más que lo deduzca,
por más que lo descifre,
es algo siempre nuevo
que me lleva y me mantiene
asombrado y atrapado
y no sé si respondo adjetivándolo correcto.
Pero sé que sí le llamo
con tu nombre saboreando
y sé que a mí me sabe
a delicias disfrutando.

Prométeme que un día,
con la yema de tus dedos,
tocarás el sol de lleno
y con la llama ya prendida
guardarás este secreto:
que al mirarnos mutuamente
hasta los rayos se encendían
y bastaba que tus labios
como chispas se flamearan,
lo demás eran hervores que la luna no entendía.

Prométeme bajarte del cielo al mediodía,
sentarte aquí en mi mesa
y sentirte melodía.
Pescarte o pillarte aluzando por la noche.
Que invadan esos iris de lleno el horizonte.
Hallarte regodeando de verde entre las flores.
Sentirte escarlata, mirarte bella y grana,
pintarte de posada y entrar por tu cintura;
dejar crepúsculo y fragancia horadando en tu ventana;
armar rompecabezas de lila asombrada;
quedarme de aspaviento y de tus pómulos sediento.

Prométeme que siempre serás mi fantasía.
Como sea que imagines,
como sea que pronuncies,
basta que me llames o insinúes que me tienes.
Entonces yo te nombro
y somos ya esa causa,
el motivo incontrolable
donde nace la alegría.

Prometo así llamarte
la causa de mi dicha,
razón impostergable que vuelca y vaticina
tenerte de sonrisa,
amarte en la caricia,
y de vez y a ratos
asomarme por tu boca,
y que aprendas que es en ella
donde invoco yo a la vida
y confluye, diariamente,
mi tremenda algarabía.

Salvador Pliego

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 Si se pudiera diluir el alba
viviría en ti como la aurora
y tendría noches, alientos y perfumes
que vivirían en ti como tu sombra.

Vives en mí, vivo en ti como tu boca,
y cada beso que me toca
de alelí el cielo vibra y goza,
y te siento como el alma de la rosa
que del pecho su capullo alboroza.

Vivo en ti, así la noche lo pregona,
así la lluvia lo asegura,
y de tus ojos miro y veo
lo que palpo, siento y quiero:
un jazmín de bella forja,
un laurel de hermosa alondra.

Vivo en ti como la sombra
que desprende canta y ama,
y se anida en tu boca
cuando besa y alborota.

 
Salvador Pliego.

Extraído del libro: Poemas Claro de Luna.

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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