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Volando
Posted 09/11/2008
on:- In: amor | literatura | poesía | Salvador Pliego | sentimientos
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Cresta sinuosa de azul tonadilla
en la brisa que toca y luego acaricia,
derrama el paisaje y ¡ay!,
desliza sus besos con tanta delicia.
Flotan curiosas sus bellas flotillas:
las nubes de mimbre, las aves cantoras,
frondosas guirnaldas y del viento sus rosas.
Se van como velas, se llenan de aromas
y a veces risueñas hacen sus cabriolas.
Pintadas sus gamas, amadas sus caudas,
sembradas de aires sobre las montañas,
cargando sus plumas de claras fragancias,
llenando las copas de gotas preñadas.
Se van sobre picos sonrisas
que emanan galantes sus alas:
copiosas y abiertas, de lunas tatuadas,
tocando suspiros que brillan cual hojas
por cada lucero que irrumpe en mañanas.
¡Ay!
Volando destellan, volando se escapan,
los sueños del alma que nunca se acaban.
Volando cual blancas, cual blancas gaviotas,
que alumbran las rutas por siempre deseadas,
como un par de novios que nunca se agotan.
Volando los sueños, volando las almas,
se llenan de amores y nunca se acaban.
Y un día que se tocan
¡ay!
se juntan las alas para enamorarlas.
Salvador Pliego
A una hoja seca y tirada
Posted 06/11/2008
on:- In: literatura | poesía | Salvador Pliego | sentimientos
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Desde la más elemental de las bocas me hablaste.
Ahí donde pies y callos se hacen mezcla
y se embadurnan de légamo copioso,
tu sombra, tu parte de cuerpo, tu adolorida estructura
amarilla y frágil dormitaba en la fosfórica sequedad del tiempo.
¿Y ahora quién o a quién pertenece el árbol?
¿Y las copas mismas que cayeron, y las ramas
perpendiculares extendidas como brazos
o la raíz pura que abrió el surco para verte?
Ya no tuviste boca entonces, pero aún me hablabas
en los frutos, en los cordones de la vida misma,
en el jugo existencial sin tiranía.
Cabrías tú en la esperanza,
en ese futuro abierto de alegría infinita
tan solo por tu inmensidad de forma plena.
Eras hija de tierra, de corteza, del ámbar protegido,
de la luminiscencia radiante y la clorofila,
y te seguí saboreando con el dulce beso
de los néctares que un niño come.
Mi peral, mi manzano, mi manglar dolido:
esa parte tuya, ese esqueleto de abrojo y de frío,
lo llenamos de verde paraíso
y la dulzura dejó testigos en los labios de los niños.
Salvador Pliego