SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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Es tiempo del canto.
Vosotros, los que a sí mismos os llamáis pájaros,
aventureros, apóstrofes del viento,
servidores de la luminosidad del diario crepúsculo,
de cada alondra que reconoce su aposento
en la horizontalidad de la mañana,
porque va atada a la poesía su cintura,
y su celeste vestidura es un gigante adorno que le aroma;
vosotros, artífices mágicos de la estadía,
de la consagración del mar,
de la arena que es razón y sentimiento,
o marea incrustada en el alma,
o ráfaga de azules adornada con miradas,
y que gota a gota cae con sabor salino,
a lágrima genuina, a bergantín de noche en vela;
vosotros: jilgueros, cazadores fortuitos de las notas,
silbantes reconciliados con la cabellera eléctrica de la tormenta,
con los arqueros que tocan jícaras cual instrumentos
y dan a la tierra sus bemoles, su conversación de palomares,
su trinos blancos zurcidos en la madera, en los túneles silvestres
donde las hojas son cuevas sentimentales de los cardos,
de las campanas que hacen hitos del sonido,
porque se forjan en los jardines donde el amor
viene del nerviosismo de la vaina o del pétalo violáceo y coronado;
vosotros, pajareros, ¡salid al canto!

He ahí, en las mil melodías,
en las voces de mil picos,
en las bocas de mil lenguas,
los sagrados vuelos de los verbos.

¡Venid, amada!… ¡Cantad!
Hoy nacen de tus ojos el ala y la palabra.

Salvador Pliego

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Saldrás ahuyentada de mí.
Te irás vociferando con tu espuma de nitrato
y con la misma yugular que siempre cuelgas en los labios.
¡No es tu tiempo! –te diré.
Y te morderé el cuello y el espanto
y todo aquello que cuelgue de tus brazos o tus senos.
¡Hereje, casquivana! – te gritaré donde te encuentre.
Te cortaré la hambrienta mirada
y arrancaré los cofres que muestras en el vientre.
Aunque me ofrezcas el arrobo de tu sexo
y la perpetuidad de tu alquimia,
te miraré de lado, con el gesto en compostura y corpulento.
Ataré entonces el día, la miel del girasol,
alguna estrella inconclusa,
una hebra de cielo y nube,
un ave peregrina llenándose el pico de lunas
y una que otra bruma,
y los meteré a mi talega
para cruzar el sur en su avenida.
No es tu tiempo, muerte,
hoy voy vestido de verso y alegría.

Salvador Pliego

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Quizá tu hueso hirsuto y prolongado
que relamió las estructuras del océano,
o tu brillantez que a los pescadores cautivaba
eran suficientes para amarte.
Pero no: tu sonido, tu filarmónica marea,
tu oboe pletórico de canto y verso
eran la esencial música del aire engrandecido.

Puerta del mundo y dureza pétrea: tú;
Hendidura infinita que el dedo no alcanzara: tú;
Tarde de nidos pillando en las temperamentales olas: tú.
¿Qué cetáceo, en qué arpón, guardó el chillido
para dárselo en la acústica a un marino?
Allá en el fondo los ojos de agua y del sonido
y los jóvenes abriendo su sexo de sal y espuma en caracolas.

Sí. Yo fui niño de pájaros, de caballitos,
de caracolas abiertas, de burbujas oceánicas,
de arboledas alcanzadas, de carreras con almendros.
Mi corazón se quedó protegido con sonidos
en la resonancia de los sueños.

¡Oh melodía del mar, que bellas notas en mi oído!
¿Cuándo tus cristalinas aguas me alcanzaron?

Pájaro, ¡yo fui niño!:
En tu vastedad, en tu territorio, en tus brazos limpios.
Y mi corazón se quedó en la caracola:
encerrado y tibio, juguetón y alegre;
prendido en las burbujas, atado a sus violines,
amando las paredes que la arena restregaba.

¡Oh melodía del mar, tan dulce e imponente!
No me digas que la edad. No me hables de los años.
Aún corren las mareas en mis manos.
Aún suenan caracolas en mi corazón de sorgo.
Alguna vez fui niño. Alguna vez…
Y mi corazón se quedó prendido en el aire,
en la música del agua.

¡Cuéntame de aquel sonido que mi madre
me cantaba cuando niño!
Háblame en secreto de tu historia.

Alguna vez mi corazón jugaba.

Alguna vez…

 

Salvador Pliego

Te amo, ¿qué más?
Y se encierran en tu boca mis palabras
y una a una al pronunciarlas las disfruto.

Sólo tu rostro permanece.
Aquí, en lo alto, no hay vocablos.
Y no es que esconda el nuevo día
pero hay horizontes en que sólo tú te escuchas.

¿Habrá otro canto que te nombre
y que suave, como un verso,
en un rocío a ti te llame?

Te amo, ¿qué más?
Y me encierro entre las notas de tu boca a escucharte,
donde broten esos labios,
donde canten estos besos.

Y aún vibran las campanas sin sonido.
Se percatan de tus labios y difunden como ecos de extravío.
A lo lejos, sí, a lo lejos, aún se expanden sus sonidos.

Te amo… y no dejo de decirlo.
Alejados, como niños, van los besos de la mano.
Sonrojados quizá, sin mirarse, sin quejarse,
van tocándose cual ciclos de cariño.

Y me preguntan: ¿Qué cantan nuestros besos?
¡No lo sé!… Pero me llevan a tu boca, a tu lengua,
y es ahí donde escucho melodías contagiosas.

Una flauta dulce, un violín en llamas
va sonando hasta morirse, va dejando cauda
como aves de alas grises y transforma los espacios
en raudal de querubines.

Te amo, ¿qué más?
Y eres tú la nota que converge aquí en mi día:
ese canto de besos que no expira;
Profundidad de labios que se tocan
y al callarse emiten sinfonías.

Y el tocar tus labios… ¡No sé!…
Es como amarte y transformarse en brisa.
¿Qué más?…
Si es el besarte en la boca mi alegría.

Salvador Pliego

Levante el azul del río
y duerma sobre suspiro,
asome la vida y cante
del verso más rozagante.

Alienta dulce mañana,
anima cual regocijo,
azahares de nieve blanca
en los sueños le acoja vivo.

¡Despierta, linda, despierta!
¡Alúmbrame el camino!
Se mueva tu vientre, encinta,
y en pecho suspire el niño.

Qué bella va de mañana,
como agua se va el rocío,
tu vientre de dulce y grana
color de la carne y nido.

Voces que el llanto alaban
sobre tu canto duerma encogido,
llevas el alma en calma
cuando susurra la voz del niño.

¡Despierta, linda, despierta!,
se mueva bajo mi oído
la almohada que lo levanta,
la sangre de mi delirio.

Se aviven luces de olivo,
mar de tu vientre vivo,
se crezcan verdes guirnaldas
en noches ilusionadas.

¡Despierta, linda, despierta!,
de rosas prendas el alma,
del vientre que agita y tienta,
del mundo que te lo aclama.

Salvador Pliego

 

 

Era un poeta que soñó la luna

y la guardaba en la palma de la mano,

y nunca abría el puño

para que no se le escapara.

Y todas las mañanas al sol le platicaba

de la luna parda

que escondida estaba en su ventana,

y de la ardilla calva

que del árbol se colgaba

y con ella recitaba.

 

Era un poeta que al corazón besaba

y de sueño en sueño

las barbas le mojaba,

y sentía que volaba

cuando sus latidos le pulsaban.

 

Era un poeta que subía a la cruz

en su escalera,

para bajar al cristo de su cabecera,

y le rezaba y le rogaba

que se fuera al mar,

al que siempre le miraba.

 

Y de lejos señalaba

la barca azul dorada

donde a veces se embarcaba.

Y navegaba y navegaba

hasta alcanzar la curva

en que la mar se desbordaba.

 

Era un poeta que se perdió en la mar

y su voz versaba

cuando la ola reventaba.

Y se escuchaba siempre

porque a mí  me despertaba,

y se escuchaba siempre

porque fuerte a la barca le remaba.

 

Y al estar en ella

sacaba un verso

de la vela que soplaba

o del mástil que apuntaba

hacia el espacio que miraba.

 

Era un verso carmesí y plata

que alumbraba,

un anhelo del alma que escapaba,

un suspiro tan sólo que del cielo murmuraba.

Era un verso tan bonito

que a mí me ilusionaba.

 

Era un poeta, era un poeta

que a la mar cantaba

y a la ola le besaba

y me dejaba absorto cuando le escuchaba.

 

Era un poeta que me enamoraba,

que se fue en la cresta

cuando el viento le soplaba,

que se fue a la mar

en la ola que soñaba,

que se fue a la nada

en la espuma que le amaba.

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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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