SALVADOR PLIEGO – POESÍA

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I
Usted que lleva siempre
mis deseos y arrebatos
y guarda en su talega
lo que miro en sus encantos.

A usted, preciosa dama,
que es parte y que confía
de un día en mi alegría,
y que abraza en la fineza
de unos besos la entereza
de saberse siempre mía.

A usted que lleva puestos
de mi pecho los suspiros,
y en sus ojos los anhelos
de quedarse en mis respiros.

A usted, mi bella dama,
a usted le digo en plena gala:
que aún guardo el más bonito
de mis besos a su alma.

II
Usted que lleva puestas
reflexiones y razones,
usted que sólo escucha
del mundo ilusiones,
le digo que mi causa es justa
en sus clamores.
Le cuento que es en ella
que difundo mis visiones:
la veo a usted vistiendo
del viento mis afanes,
la sueño a usted guardando
del tiempo mis quereres,
le digo que platico de usted
hasta en los mares.

En usted yo reconozco
lo bonito que es la vida
y reconozco que hay razones
que la envuelven en la mía.

Si no lo sabe usted,
cada mañana y cada instante
es un deseo el mirarle,
y a cada rato me sorprenden
sus imágenes al verle.

Usted es parte y todo
de una causa que pregono:
la sentencia de alegría
que en la vida
yo me impongo,
el manifiesto a mis plegarias,
el motivo que devela mi proclama.

A usted la busco como parte de un trabajo
que labora cotidianamente en mis haberes:
que resuelve y que contagia,
que estimula y que alienta,
que refuerza y fortalece.
A usted le digo que es la llama
que me aviva y enardece.

A usted su rostro la dibuja por bonita,
y le digo que no he visto
a nadie más así de linda.
Me refiero a usted como
la luz en flor de mi ventana,
y la acaricio sin tocarla,
tan sólo en la mirada.

De usted, si, de usted,
si no lo sabe,
le digo que hoy depende
esta alegría
que se forja en mi alborada.

III
A usted
que le sorprenden las cosas de la vida
le digo que no ha visto
lo bueno todavía.
Si se acercara un poco,
le digo sentiría
mi pecho en su revuelo.
Y si se acercara toda,
¡qué cielo!,
¡por siempre haría mi vuelo!

IV
De usted presumo sus detalles:
la fineza en su escultura,
el portento de su arte,
lo selecto de su talle.
Y es que aún no encuentro
algún defecto que la marque,
aún no veo un filamento que no cuadre.

Es singular como las plumas en el ave:
En cada parte hay belleza,
y me sorprende que se entregue
dulcemente al sincerarme.

Usted me lleva y sin quererlo de la boca.
Usted me vuela y sin saberlo me trastorna.
Usted me cubre y no queriendo me descubre.
Usted me esconde y cuando quiere me sorprende.
Usted me atrapa y me desprende al besarla.

V
De usted es la belleza
y maravilla sin iguales,
la cauda que deslumbra
cuando agitan esos mares,
las nubes que reflejan
sus luces de corales.

Usted quizá lo sabe
y lo sabe en mi mirada:
¡Qué linda es su pupila!
¡Qué linda es cuando me habla!

Usted provoca tanto
y provoca por su encanto,
me lleva contagiado
y me inventa agitado.

¡Qué linda es su mirada!
¡Qué linda es cuando me habla!
Usted, si no lo sabe,
me enciende y me induce,
me induce a que la mire,
la mire y que la bese.

VI
Usted lo sabe y lo repito,
y le recuerdo que en su cara
mil veces y que a diario lo recito:
la amo a usted,
y la amo como a nadie,
como a nadie más le he dicho.

Salvador Pliego

Azul de la noche, azul de la luna,
se avive la flama, se queme la mirra,
se alumbren farolas sobre la avenida.

Que se prenda La Maja desnuda.
Que se prenda la luna en la altura.
Debajo del fuego se encienda la duna.
Debajo del cielo se escuche la rima.

Que se prenda La Maja,
que se prenda desnuda.
Que me lleve a la gloria,
que me enfile a la dicha.

Que se prenda la luna de azul maravilla.
Que se prenda la noche con tu cuerpo de diva.
Azul de la alcoba, azul de la aurora,
que me encienda la noche La Maja desnuda.

Salvador Pliego

¿Qué quieres?
Sobre el azul del mar despiertan las palabras
y el piélago cae como arena en su rostro.

¿Qué quieres?
Y ella dijo:
Que me leas…

Y al abrir sus ojos, de sus iris, le leí un poema:
“Tras los restos infinitos de la aurora…”
Y al cerrar sus ojos, me cubrí con ella.

¿De dónde el verso?
¿En qué tinta la arena crispa y graba?
Y el canto que se prende como un grito del cincel pulido.
Allá, en la noche, el aplomo del ave se persigna
y canta con su llanto sin que nadie le intimide.
Hay recuento de pájaros y alas.
Hay vestigios de tardes y de auroras.

¡Oh, poeta!
Cristal del fuego y del vacío.
Cueva desigual de la vela y del marino.
Fue el verso su boca humedecida.
Fueron sus manos el roce y las teclas
donde el bardo sus escritos de sonido acumulaba.
El altar del poeta: su musa y su marea.

¿De dónde el verso?
¿De dónde el canto?
Si sólo ella.

¿Qué quieres?

Y al abrir sus ojos, de sus iris, la poesía…

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…”*

*Verso de Pablo Neruda.
20 poemas de amor y una canción desesperada.
Poema 20.

 

Salvador Pliego.

 

He de confesarlo, sí,

que decirte amor rompió la calma que tenía.

 

Ah Venecia pura, góndolas de viento,

velas que del fuelle se extravían en suspiros.

Me quedé en el puerto de los sueños,

en la barca airosa de la risa,

bebiendo noches, saboreando lunas,

galanteando auroras.

 

Y el amor volvió y se quedó prendido

como el muelle salpicado de latidos

donde el mar iba y venia,

donde yo iba y lo traía.

En la resaca te veía,

en la ola te acogía,

y sólo las gaviotas murmuraban

cosas que el viento les oía.

 

Venecia hermosa del canal que me prendía.

El amor llegó en tus barcas,

en crecientes olas blancas

y el amor correspondía.

 

He de confesarlo, ¡sí!,

que en tus aguas me perdía.

El amor volvió y en góndolas me iba.

 

Venecia hermosa, amada mía,

sabes a miel de ébano y a baya dulce,

tienes el color moreno y rozagante

del puerto ebrio en que el paisaje

es durazno y azabache.

Llevas esos ojos cristalinos

que el murano escribe en lejanía.

Tu cuerpo es puente

y el balcón de mimbre

que en veladas noches se esculpía.

 

Preciosa, hermosa, dama mía,

el amor volvió a la vida

y tu boca me prendía.

Góndolas de viento, góndolas del puerto,

tus brazos me mecían

y en ellos me escondía.

Belleza y dulce mía, que en tus besos me acogía.

Góndolas de luna sobre un pecho que lucía

los más fragantes senos

que el alba merecía.

Góndolas de brisa que me dio la vida.

 

He de confesarlo, ¡sí!,

preciosa dama mía,

que besé la luna

en la Venecia en que tú ibas.

Salvador Pliego

 

 

¡Arriba!

Corceles de estampa y bragada cargada

en casquillos de plata de doble moldura,

sobre el llano en la tierra su noble figura,

del jinete agreste que blandiera su espada.

 

Y viene el jinete dolido y bregado

en la montura que le fuese cargando,

y viene el jinete lastimero y llorando,

despertando a la tierra sobre su pasado.

 

Arriba jinete que encontraste la gloria

del corcel en brama sobre la montaña,

sacude del tiempo espada y guadaña

para mostrarnos siempre la mano y victoria.

 

Cabalga hacia al río con lancera nueva

llevando el alma agitada y fresca

y deja al viento, donde os parezca,

el galope entero que al valiente mueva.

 

Galopa con brío, galopa en delirio,

sobre la lanza del hombre que nació bravío,

y deja el estoque, el llanto  y el tino,

a aquel que no pudo encontrar su destino.

 

Arriba jinete, triunfante en sonadas,

retumben las liras sobre tus jornadas,

me acerquen la cuerda en las manos ajadas

a que sienta el galope sobre las cañadas.

 

Corre que corre, galope a galope.

¡Arriba jinete sobre las montañas!

La mar será nuestra, como las campanas

que vibraron siempre por sentir el golpe.

 

¡Arriba corceles! ¡Arriba jinete!

Que la silla escurra trayendo la suerte.

A despertar las mareas sobre el horizonte.

A vencer molinos como Don Quijote.

 

Resuenen los cascos, resuenen los vados.

Galope que suene  sobre los estrados.

¡Arriba jinete!  ¡Arriba a galope!

Que sientan las olas la brisa y el trote.

 

Corre, que corre, que corre

y retumbe en el trote.

Corre, que corre, que corre

y desboque a galope.

 

¡Arriba jinete, que el mar para siempre su canto desborde!


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Autor de todos los poemas: Salvador Pliego

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