SALVADOR PLIEGO – POESÍA

Archive for septiembre 3rd, 2010

(Es triste ver como a diario el narcotráfico
cobra vidas y se ensaña contra la población.
A las víctimas y sus familiares dedico estos versos.)

¿Dónde los olivos?

No, aquí no pasa nada… ¡Y pasa tanto!
El gallo canta despavorido y pierde la metafísica del piso.
En el estertor de la mañana hay hedor de lágrimas
que ruedan como implorando a unos ojos ya perdidos.
Los faroles murmuran
y tañen cuentas inagotables sumándolas cada día.
Aquí no pasa nada, dicen… ¡Y pasa tanto!

A los altivos de cuello presupuestal no les sucede, ¡claro!,
se van durmiendo en las tertulias monetarias,
en las butacas parlanchinas y entre céfiros respiros;
¡ah, estupor de yaga malherida y mal sangrada!,
rígida palestra, indiferente y fría…

Entre tantas juarenses, entre tantos veinte mil muertos de estos años,
entre tantos sinaloenses o texcocanos ausentados
de vida y de por vida,
entre tantos otros tantos masacrados:
¡bárbaros! –gritemos-, ¡cuadrúpedos inmisericordes!
¿No visteis aquel Medellín llorando
sus laderas de polvo hasta el suplicio?
¿No sentisteis la muerte muerta y el cadáver corriendo aterido?
¿No olisteis sus silabas resecas y pasmadas
en los muros encogidos,
ni el estruendo del latido yerto y tieso
por los sanguinarios sin oficio?

Huele a sudor de yerba y metanfetamina,
huele a la cercenada crueldad que echó raíz del hambre
y sometió la limpia voluntad ya exculpada.

¡Aquí no pasa nada!
Sólo el llanto es el que pasa.
Sólo los cuerpos de costado y sus yagas maltratadas.
Sólo los grifos ahogándose a sí mismos.
Sólo las cuerdas anudadas y los nudos asfixiándose en gemidos.
Solo las uñas desgarradas sin saber de un santo oficio.
Sólo los verdugos puliéndose colmillos.

¡Qué negocio de ojos y de vertebras y bruma!
Roedores de la cintura para arriba y para abajo, y de costado
en los lados, y de la cabeza a la cabeza en rotación entera,
y de los párpados a su mirada,
y de la cinta de las cejas a la cinta de zapatos:
¡aquí pasó el llanto!…
Y corrió con vestido y sin vestido,
con las carnes abiertas en su transparencia destruida,
con el dolor al descubierto
y la venda envuelta en sí misma;
simplemente en su agonía.

¡Aquí no pasa nada!
Los niños van jugando.
Y cuando el cruel alza su vista en sus quinientos veinte grados
de cólera y de fuego,
con metralla y con sadismo,
queremos ocultarlos, buscamos guarecerlos.
¡Aquí no pasa nada!… Hay que seguir jugando.
¿Miedo? No: terror, pánico y miedo; todos juntos.
Hay que seguir jugando…
Aquí pasa la muerte con sus huesos de vendimia:
enfila, arrasa y luego extermina.

Por ahora, esconded los niños.
Esconded las manos y sus cuerpecitos y trajes de suspiros.
Llevadlos cargando hasta los brazos firmes,
hasta los ventrículos inimaginables del latido,
hasta las úlceras y viseras si es preciso.
No dejéis que los arrebaten otras guerras,
ni otros hornos volcánicos y sanguinarios,
ni el terror con su cara de heroína,
ni el espanto maligno de la atrocidad de un homicida.

Recordad la España de Guernica que al caer las bombas
fueron los aldeanos a esconderse a los olivos,
y desde ahí esperaron en las hojas, encubiertos,
a que dieran fruto con sus hijos.

Recordad Varsovia, Dachau, Buchenwald, Flossenbuerg,
las calderas del abismo y del martirio,
y los niños escondiéndose en un diario,
en sus páginas, buscando campos de olivos.

Recordad cuando en Chile La Moneda
y las alpacas corrieron hacia el Callaqui,
cargando piedras, mochilas, harapos,
pulcritud, inocencia, vestigio, y a sus niños;
buscando una cueva, un lahuén o un pinón,
un árbol parecido a los olivos.

Por ahora, esconded los niños.
Llevadlos en la entrega, en el corazón sin que les hieran.
Sacudid ramas de pinos y ahuehuetes.
Levantad las hojas con sus verdes ilusiones.
En cada tronco poned sus ojos y esperanzas
y la imaginación de un sueño en el mañana.
¡Que no les toquen!…

Patria:
¿dónde los olivos?

Salvador Pliego

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